divertía con estas flores, como si hubiera hecho una gran adquisición, se ha volteado hacia mí
y me ha dicho:
(2) “Amada mía, esta mañana he venido para poner en orden en tu corazón todas las virtudes.
Las otras virtudes pueden estar separadas la una de la otra, pero la caridad ata y ordena todo.
He aquí lo que quiero hacer en ti, ordenar la caridad”.
(3) Yo le he dicho: “Solo y único Bien mío, ¿cómo puedes hacer esto siendo yo tan mala y
llena de defectos e imperfecciones? Si la caridad es orden, ¿estos defectos y pecados no son
desorden que tienen todo en desorden y revuelta mi alma?”
(4) Y Jesús: “Yo purificaré todo y la caridad pondrá todo en orden. Y además, cuando a un
alma la hago partícipe de las penas de mi Pasión, no puede haber culpas graves, a lo más algún
defecto venial involuntario, pero mi amor, siendo fuego, consumirá todo lo que es imperfecto en
tu alma”.
(5) Así parecía que Jesús me purificaba y ordenaba toda; después derramaba como un río de
miel de su corazón en el mío y con esa miel regaba todo mi interior, de modo que todo lo que
estaba en mí quedaba ordenado, unido, y con la marca de la caridad.
(6) Después de esto me he sentido salir fuera de mí misma en la bóveda de los cielos, junto
con mi amante Jesús; parecía que todo estaba en fiesta, Cielo, tierra y purgatorio; todos estaban
inundados de un nuevo gozo y júbilo. Muchas almas salían del purgatorio y como rayos llegaban
al Cielo para asistir a la fiesta de nuestra Reina Mamá. También yo me ponía en medio de
aquella multitud inmensa de gente, es decir, ángeles, santos y almas del purgatorio, que
ocupaban aquel nuevo Cielo, que era tan inmenso, que el nuestro que vemos, comparado con
aquél me parecía un pequeño agujero, mucho más que tenía la obediencia del confesor. Pero
mientras hacía por mirar, no veía otra cosa que un Sol luminosísimo que esparcía rayos que me
penetraban toda, de lado a lado, y me volvían como un cristal, tanto que se descubrían muy bien
los pequeños defectos y la infinita distancia que hay entre el Creador y la criatura; tanto más que
aquellos rayos, cada uno tenía su marca: Uno delineaba la Santidad de Dios, otro la pureza, otro
la potencia, otro la sabiduría, y todas las otras virtudes y atributos de Dios. Así que el alma,
viendo su nada, sus miserias y su pobreza, se sentía aniquilada y en vez de mirar, se postraba
con la cara en la tierra ante aquel Sol Eterno, ante el Cuál no hay ninguno que pueda estar frente
a Él.
(7) Pero lo más era que para ver la fiesta de nuestra Mamá Reina, se debía ver desde dentro
de aquel Sol, tanto parecía inmersa en Dios la Virgen Santísima, que mirando desde otros
puntos no se veía nada. Ahora, mientras me encontraba en estas condiciones de aniquilamiento
ante el Sol Divino y la Mamá Reina teniendo en sus brazos al niñito, Jesús me ha dicho:
(8) “Nuestra Mamá está en el Cielo, te doy a ti el oficio de hacerme de mamá en la tierra, y
como mi vida está sujeta continuamente a los desprecios, a la pobreza, a las penas, a los
abandonos de los hombres, y mi Madre estando en la tierra fue mi fiel compañera en todas estas
penas, y no sólo eso, sino buscaba aliviarme en todo, por cuanto podían sus fuerzas, así también
tú, haciéndome de madre me harás fiel compañía en todas mis penas, sufriendo tú en vez mía
por cuanto puedas, y donde no puedas, buscarás darme al menos un consuelo. Debes saber
que te quiero toda atenta en Mí. Seré celoso aun de tu respiro si no lo haces por Mí, y cuando
vea que no estás toda atenta para contentarme, no te daré ni paz ni reposo”.
(9) Después de esto he comenzado a hacerle de mamá, pero ¡oh! cuánta atención se
necesitaba para contentarlo. Para verlo contento no se podía ni siquiera dirigir una mirada a otra
parte. Ahora quería dormir, ahora quería beber, ahora quería que lo acariciara y yo debía
encontrarme pronta a todo lo que quería; ahora decía: “Mamá mía, me duele la cabeza, ¡ah,
alíviame!” Y yo enseguida le revisaba la cabeza, y encontrando espinas se las quitaba, y
poniéndole mi brazo bajo la cabeza lo hacía reposar. Mientras hacía que reposara, de repente
se levantaba y decía: “Siento un peso y un sufrimiento en el corazón, tanto de sentirme morir;
ve que hay”. Y observando en el interior del corazón, he encontrado todos los instrumentos de
97 sig