2-44
Julio 4, 1899
Jesús habla de la Mamá Celestial. Las turbaciones.
(1) Esta mañana, habiéndome renovado Jesús las penas de la crucifixión, se encontraba
también nuestra Mamá Reina, y Jesús hablando de Ella ha dicho:
(2) “Mi propio reino estuvo en el corazón de mi Madre, y esto porque su corazón no fue jamás
ni mínimamente turbado, tanto, que en el mar inmenso de la Pasión sufrió penas inmensas, su
corazón fue traspasado de lado a lado por la espada del dolor, pero no recibió ni un mínimo
aliento de turbación. Por eso, siendo mi reino un reino de paz, pude extender en Ella mi reino, y
sin encontrar ningún obstáculo pude libremente reinar”.
(3) Habiendo venido Jesús más veces y viéndome toda llena de pecados le he dicho: “Señor
mío Jesús, me siento toda cubierta de llagas y pecados graves; ah, te pido, ten piedad de esta
miserable”.
(4) Y Jesús: “No temas, que no hay culpas graves, y además, se debe tener horror de la culpa,
pero no turbarse, porque la agitación, de donde venga, jamás hace bien al alma”.
(5) Después ha agregado: “Hija mía, tú eres víctima como lo soy Yo, haz que todas tus obras
resplandezcan con mis mismas intenciones, puras y santas, a fin de que encontrando en ti mi
misma imagen pueda libremente derramar el influjo de mis gracias, y adornada así podré
ofrecerte como víctima perfumada ante la divina justicia”.
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2-45
Julio 9, 1899
Jesús participa a Luisa sus penas.
(1) Esta mañana Jesús ha querido renovarme las penas de la crucifixión, primero me ha
transportado fuera de mí misma, sobre un monte y me ha preguntado si quería ser crucificada,
yo le dije: “Sí Jesús mío, no deseo otra cosa que la cruz”. Mientras esto decía, se ha presentado
una cruz grandísima, y me ha extendido sobre ella y me clavó con sus propias manos. Qué
penas atroces sufría al sentirme traspasar las manos y los pies por aquellos clavos, que por
añadidura estaban despuntados, y para hacerlos penetrar costaba trabajo y se sufría mucho,
pero con Jesús todo resultaba tolerable. Después de que ha terminado de crucificarme me ha
dicho:
(2) “Hija mía, me sirvo de ti para poder continuar mi Pasión. Como mi cuerpo glorificado no es
capaz de sufrir más, viniendo a ti me sirvo de tu cuerpo como me serví del mío en el curso de
mi Vida mortal, para poder continuar sufriendo mi Pasión y así poderte ofrecer ante la divina
justicia como víctima viviente de reparación y propiciación”.
(3) Después de esto parecía que se abriese el Cielo y descendía una multitud de santos, todos
armados con espadas, una voz como de trueno salió de entre aquella multitud, y decía: “Venimos
a defender la justicia de Dios y a castigar a los hombres que tanto han abusado de su
misericordia”. ¿Quién puede decir lo que sucedía sobre la tierra en este descenso de los santos?
Sólo sé decir, que quién guerreaba en un punto y quién en otro, quién huía, quién se escondía,
parecía que todos estaban consternados.
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