(7) “Mamá mía, mamá mía, déjame dormir”.
(8) Y yo: Niño, niño mío bello, no soy yo quien no quiere dejarte dormir, es nuestra Señora
Mamá la que no quiere, y yo te pido que la contentes, ciertamente que nada se le niega a la
Mamá, y sobre todo a esa Mamá.
(9) Después de haberlo tenido despierto unos momentos ha desaparecido y así ha terminado.
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2-42
Junio 23, 1899
Ve al confesor junto con Jesús y pide por él.
(1) Habiendo escuchado la santa misa y recibido la comunión, mi amante Jesús se hacía ver
desde dentro de mi corazón, después me he sentido salir fuera de mí misma, pero sin Jesús.
He visto a mi confesor, y como él me había dicho que después de la comunión vendría Nuestro
Señor, y que le pidiera por él, entonces en cuanto lo vi le dije: “Padre, usted me dijo que Jesús
debía venir y no ha venido”. Y Él me ha dicho:
(2) “Porque no lo sabes encontrar, por eso dices que no ha venido, mira bien, pues está en tu
interior”.
(3) Miré en mí y vi los pies de Jesús que salían de mi interior, enseguida los tomé con la mano
y saqué a Jesús, lo abracé y viéndolo con la corona de espinas en la cabeza se la quité y se la
di en la mano al confesor diciéndole que la clavara en mi cabeza y así lo hizo, pero qué, por
cuanta fuerza hacía no lograba hacer penetrar ni una sola espina; yo le he dicho: “Más fuerte,
no tema que yo vaya a sufrir mucho, porque como usted ve está Jesús que me da la fuerza”.
Pero por más que intentaba, todo resultaba inútil, entonces me ha dicho: “No está en mis fuerzas
el poder hacer esto, porque siendo hueso lo que deben penetrar estas espinas, yo no las tengo”.
(4) Entonces me he dirigido a mi dulce Jesús diciendo: “Tú ves que el padre no sabe ponerla,
introdúcela un poco Tú mismo”. Y Jesús extendió sus manos y en un instante ha hecho penetrar
en mi cabeza todas aquellas espinas, con indecible dolor y contento.
(5) Después de esto, junto con el confesor hemos pedido a Jesús que derramara sus
amarguras en mí, para librar a las gentes de tantos flagelos que está mandado sobre ellas, como
hoy, que estaba preparada una granizada un poco lejos de nosotros, entonces el Señor para
condescender a nuestras oraciones, ha derramado un poco.
(6) Además de esto, como seguía viendo al confesor, he comenzado a rogar a Jesús por él,
diciéndole: “Mi buen y amado Jesús, te pido que concedas la gracia a mi confesor, de hacerlo
todo tuyo, según tu corazón, y al mismo tiempo dale la salud corporal. Tú has visto como ha
cooperado junto conmigo a aliviarte, tanto la cabeza de las espinas, como en hacerte verter tus
amarguras, y si no ha tenido éxito en clavarme las espinas en la cabeza, no ha sido por no
aliviarte, ni por su voluntad, sino porque no tenía la fuerza; por eso, también por esto me debes
escuchar; así que dime, oh mi solo y único Bien, ¿lo harás estar bien tanto en el alma como en
el cuerpo?”
(7) Pero Jesús me oía y no me respondía, y yo más me esmeraba en rogarle diciendo: “Esta
mañana no te dejaré ni dejaré de rogar si no me das tu palabra de que me oirás favorablemente
en lo que te pido para él”.
(8) Pero Jesús no decía una palabra. De repente nos encontramos rodeados de personas,
estas parecía que se sentaban alrededor de una mesa, comiendo, y en ella también estaba mi
porción, y Jesús me ha dicho:
(9) “Hija mía, tengo hambre”.
(10) Y yo: “Mi porción te la doy, ¿no estás contento?”