(2) “Mira esta taza de sangre, la derramaré sobre el mundo”.
(3) Mientras así decía, ha venido la Mamá, la Virgen Santísima, y junto con Ella mi confesor y
pedían a Jesús que no lo derramara sobre el mundo, sino que me la hiciera beber a mí, el
confesor le ha dicho: “Señor, ¿en qué aprovecha tenerla como víctima si no quieres derramarla
sobre de ella? Absolutamente quiero que la hagas sufrir y perdones a la gente”.
(4) La Mamá lloraba e insistía ante Jesús y ante el confesor para que no desistiera de rogar
hasta que Jesús no se hubiera contentado con aceptar el cambio. Jesús insistía en que la quería
derramar sobre todo el mundo y parecía que se enfadaba. Yo me veía toda confundida, no sabía
decir nada porque era tanto el horror que se sentía al ver aquella tasa llena de sangre tan
espantosa, que daba estremecimiento en toda la naturaleza; ¿qué sería el beberla? Sin embargo
estaba resignada, porque si el Señor me la hubiera dado la habría aceptado. ¿Quién puede
decir, además, los castigos que se contenían en aquella sangre si el Señor la derramara en el
mundo? Precisamente desde este día parece que tiene preparada una granizada que hará
mucho daño, y parece que debe continuar los días siguientes.
(5) Después, Jesús parecía un poco más calmado, tanto que parecía que abrazaba al
confesor porque le había rogado en aquel modo, pero sin llegar a ninguna determinación si la
debe derramar sobre las gentes o no. Así ha terminado, dejándome una pena indescriptible por
lo que podrá suceder.
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2-36
Junio 16, 1899
Obtiene que Jesús perdone en parte a su ciudad.
(1) Jesús continúa haciéndose ver que quiere castigar. Yo le he rogado que vertiera en mí sus
amarguras para librar a todo el mundo, y si esto no fuese posible, al menos a aquellos que me
pertenecen y a mi ciudad. A esta intención parecía que se unía también la intención del confesor,
así parecía que Jesús, vencido por las oraciones, ha derramado un poco de su boca, pero no
aquella taza descrita antes. Este poco que ha vertido, parecía que lo hacía para librar en algún
modo a mi ciudad, pero no del todo, y a aquellos que me pertenecen.
(2) Sin embargo esta mañana yo he sido causa de hacer afligir a Jesús, pues como después
de haber vertido lo he visto más tranquilo, sin pensarlo le he dicho: “Amable Jesús mío, te pido
que me liberes del fastidio que doy al confesor, de hacerlo venir todos los días, ¿qué te cuesta
a Ti el liberarme, que Tú mismo me pongas en los sufrimientos y Tú mismo me liberes?
Ciertamente que no te cuesta nada y si quieres todo puedes”. Mientras esto le decía, Jesús
ponía un rostro tan afligido, que esa aflicción me la sentía penetrar hasta en lo íntimo de mi
corazón y sin decirme palabra ha desaparecido. Cómo he quedado mortificada al pensar
especialmente que no vendría más, lo sabe sólo el Señor, pero poco después ha regresado,
pero con mayor aflicción, trayendo un rostro todo hinchado y lleno de sangre, porque en ese
momento le habían hecho aquellas ofensas, Jesús todo triste ha dicho:
(3) .“¿Ves lo que me han hecho, cómo dices que no quieres que castigue a las criaturas? Los
castigos son necesarios para humillarlas y no dejarlas enorgullecerse más”.
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