aquellos toques se ponían en su puesto, mis deseos, inclinaciones, afectos, latidos y mis demás
sentidos, santificados por aquellos toques divinos se cambiaban en algo totalmente diferente y
unidos entre ellos, no más discordantes como antes, formaban una dulce armonía al oído de mi
amado Jesús; me parecía que fueran tantos rayos de luz que herían su corazón adorable, ¡oh!
cómo se recreaba Jesús y qué momentos felices han sido para mí. ¡Ah! yo experimentaba la
paz de los santos, para mí era un paraíso de contentos y de delicias.
(4) Después de esto parecía que Jesús vestía a mi alma con el vestido de la fe, de la
esperanza y de la caridad, y en el acto mismo que me vestía, Jesús me sugería el modo como
debía ejercitarme en estas tres virtudes. Ahora, mientras estaba haciendo esto, Jesús,
mandando otro rayo de luz me ha hecho entender mi nada, ¡ah! me parecía que fuera como un
grano de arena en medio de un vastísimo mar, cual es Dios, y este pequeño grano iba a perderse
en aquel mar inmenso, pero se perdía en Dios. Después me ha transportado fuera de mí misma,
llevándome entre sus brazos y me iba sugiriendo varios actos de contrición de mis pecados;
recuerdo solamente que he sido un abismo de iniquidad. ¡Señor, cuántas negras ingratitudes he
tenido hacia Ti!
(5) Mientras hacía esto he mirado a Jesús y tenía la corona de espinas en la cabeza, extendí
la mano y se la quité diciéndole: “Dame a mí las espinas, ¡oh! Jesús, que soy pecadora, a mí
me convienen las espinas, no a Ti que eres el Justo, el Santo”. Así Jesús mismo la ha clavado
sobre mi cabeza. Después, no sé como, desde lejos vi al confesor, enseguida le pedí a Jesús
que fuera a preparar al confesor para poder recibirlo en la comunión; entonces parecía que
Jesús iba con él. Después de un poco ha regresado y me ha dicho:
(6) “Uno quiero que sea el modo de tratar entre Yo y tú y el confesor, y así quiero también de
él, que te mire y trate contigo como si fueras otro Yo, porque siendo tú víctima como fui Yo, no
quiero diferencia alguna, y esto para hacer que todo sea purificado y que en todo resplandezca
sólo mi amor”.
(7) Yo le he dicho: “Señor, esto parece imposible, que pueda tratar con el confesor como lo
hago Contigo, especialmente al ver la inestabilidad”. Y Jesús:
(8) “Sin embargo es así, la verdadera virtud, el verdadero amor, todo hace desaparecer, todo
destruye y con una maestría que encanta, en todo su obrar no hace resplandecer otra cosa que
sólo Dios y todo lo mira en Dios”.
(9) Después de esto ha venido el confesor para llamarme a la obediencia y así celebrar la
santa misa, y por esto ha terminado. Entonces he escuchado la santa misa y recibí la comunión.
¿Quién puede decir la intimidad que ha habido entre Jesús y yo? Es imposible poderla
manifestar, no tengo palabras para hacerme entender, por eso lo dejo en silencio.
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2-35
Junio 14, 1899
Expectación. Jesús quiere castigar.
(1) Esta mañana el amantísimo Jesús no venía, y en mi interior iba pensando: ¿Cómo es que
no viene? ¿Qué hay de nuevo? ¡Ayer vino frecuentemente, y hoy ya es tarde y no se hace ver
aún, qué dolor, cuánta paciencia se necesita con Jesús! Todo mi interior me parecía que se
levantara en armas, porque querían a Jesús y me hacían una guerra que me daba penas de
muerte. La voluntad, como superior a todo, buscaba poner paz con persuadir a mis sentidos,
inclinaciones, deseos, afectos y a todo el resto de aquietarse, porque Jesús debía venir. Así,
después de un largo penar, Jesús ha venido trayendo una taza en la mano, llena de sangre
coagulada, putrefacta y pestilente y me ha dicho: