(2) “Hija mía amada ¿qué tienes que estás tan afligida? Dime todo, que te contentaré y
remediaré todo”.
(3) Pero como continuaba viéndome a mí misma, como dije el día anterior, entonces viéndome
tan mala, ni siquiera he osado decirle nada, pero Jesús replicó: “Pronto, pronto, dime qué
quieres, no tardes”.
(4) Viéndome casi obligada y rompiendo en abundante llanto le he dicho: “Jesús santo, cómo
quieres que no esté afligida, después de tantas gracias no debía ser tan mala, a veces aun las
obras buenas que busco hacer, en las mismas oraciones, mezclo tantos defectos e
imperfecciones que yo misma siento horror. ¿Qué será ante Ti que eres tan perfecto y santo? Y
además, el escasísimo sufrir en comparación con el de antes, tu gran tardanza en venir, todo
me dice claramente que mis pecados, mis grandes ingratitudes son la causa, y que Tú, enojado
conmigo, me niegas también el pan cotidiano que Tú concedes a todos generalmente, como es
la cruz; así que después terminarás con abandonarme del todo. ¿Se puede dar tal vez mayor
aflicción que esta?” Jesús, compadeciéndome toda, me ha estrechado a su corazón y me ha
dicho:
(5) “No temas, esta mañana haremos las cosas juntos, así Yo supliré a las tuyas”.
(6) Entonces me pareció que Jesús contenía una fuente de agua y otra de sangre en su pecho,
y en esas dos fuentes ha sumergido mi alma, primero en el agua y después en la sangre. ¿Quién
puede decir cómo ha quedado purificada y embellecida mi alma? Después nos hemos puesto a
rezar juntos recitando tres “Gloria Patri” y esto me ha dicho que lo hacía para suplir a mis
oraciones y adoraciones a la Majestad de Dios. ¡Oh, cómo era bello y conmovedor rezar junto
con Jesús! Después de esto Jesús me ha dicho:
(7) “No te aflija el no sufrir, ¿quieres tú anticipar la hora designada por Mí? Mi obrar no es
apresurado, sino todo a su tiempo, cumpliremos cada cosa, pero a su debido tiempo”.
(8) Después, por un hecho todo providencial, inesperadamente, habiendo salido el viático de
la iglesia para ir a otros enfermos, recibí también yo la comunión. ¿Quién puede decir todo lo
que ha pasado entre Jesús y yo, los besos, las caricias que Jesús me hacía? Es imposible poder
decirlo todo. Me parecía que después de la comunión veía la sagrada partícula, y ahora veía en
la partícula la boca de Jesús, ahora los ojos, ahora una mano y después se hizo ver todo Él. Me
ha transportado fuera de mí misma y ahora me encontraba en la bóveda de los cielos y ahora
me encontraba sobre la tierra, en medio de los hombres, pero siempre junto con Jesús. Él de
vez en cuando iba repitiendo:
(9) “¡Oh, cómo eres bella amada mía, si tú supieras cuánto te amo! Y tú, ¿cuánto me amas?”
(10) Al oír que me decía estas palabras, sentí tal confusión que me sentía morir, pero con todo
esto he tenido el valor de decirle: “Jesús mío, hermoso, sí, te amo mucho, y Tú si
verdaderamente me amas tanto, dime también: ¿Tú me perdonas por todo el mal que he hecho?
Y también concédeme el sufrir”.
(11) Y Jesús: “Sí que te perdono y quiero contentarte con derramar en abundancia mis
amarguras en ti”.
(12) Así Jesús ha vertido sus amarguras. Me parecía que tuviese una fuente de amarguras
en su corazón, recibidas por las ofensas de los hombres, y la mayor parte la derramaba en mí.
Después Jesús me ha dicho:
(13) “Dime ¿qué otra cosa quieres?”
(14) Y yo: “Jesús santo, te encomiendo a mi confesor, házmelo santo y dale también la salud
del cuerpo, y además, ¿es Voluntad tuya que venga este sacerdote?”
(15) Y Jesús: “Sí”.
(16) Y yo: “Si fuera tu Voluntad lo harías estar bien”.
(17) Y Él: “Estate quieta, no quieras investigar demasiado mis juicios”.
(18) Y en ese mismo instante me hacía ver el mejoramiento de la salud del cuerpo y la santidad
del alma del confesor, y ha agregado: