metiéndose en Dios, como las personas en el transporte, hace sublimes vuelos en el camino de
la perfección, pero conociendo plenamente que no ella, sino en virtud de aquel Dios bendito que
la lleva en Sí mismo. ¡Oh! Cómo el Señor favorece, enriquece, concede las gracias más grandes
al alma que sabiendo que no a sí misma, sino todo a Él atribuye. ¡Oh, alma que te conoces a ti
misma, como eres afortunada!
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2-29
Junio 3, 1899
Jesús vierte sus amarguras en Luisa.
(1) Esta mañana me encontraba en un mar de aflicción porque Jesús no había venido aún,
sentía tal pena, que me sentía arrancar el corazón. Cuando ha venido el confesor para llamarme
a la obediencia porque debía celebrar la santa misa, y Jesús sin hacerse ver, ni siquiera una
sombra como es su costumbre, que cuando no viene se hace ver una mano o un brazo,
especialmente cuando es día de recibir la comunión, como esta mañana, Él mismo viene, me
purifica, me prepara para recibirlo a Él mismo sacramentalmente. Y decía entre mí: “Esposo
santo, Jesús amable, ¿por qué no vienes Tú mismo a prepararme? ¿Cómo podré recibirte?”
Mientras tanto, el tiempo ha llegado, el confesor ha venido, y Jesús sin venir. ¡Qué pena
desgarradora, cuántas lágrimas amargas!
(2) El confesor me ha dicho: “Lo verás en la comunión y le preguntarás por obediencia el por
qué no viene y qué cosa quiere de ti”.
(3) Después de la comunión he visto a mi buen Jesús, siempre benigno con esta miserable
pecadora. Me ha transportado fuera de mí misma y yo lo tenía en brazos, era como niño, todo
afligido. Yo, rápidamente he comenzado a decirle: “Niñito mío, único y solo Bien mío, ¿cómo es
que no vienes? ¿En qué te he ofendido? ¿Qué cosa quieres de mí que me haces llorar tanto?”
Pero en el acto de decir esto, era tanta la pena, que con todo y que lo tenía entre mis brazos
continuaba llorando. Pero aun antes de que terminara de decir la última palabra, Jesús
acercando su boca a la mía ha vertido sus amarguras, sin responderme una sola palabra.
Cuando terminaba de verter yo comenzaba de nuevo a decir, pero Jesús sin ponerme atención
se ponía de nuevo a verter en mí. Después de esto, sin responderme nada de lo que yo quería
me ha dicho:
(4) “Hazme verter en ti, de otra manera, así como he destruido con el granizo otros lugares,
así destruiré los vuestros; por eso hazme verter y no pienses en otra cosa”.
(5) Así, sin decirme otra cosa ha terminado.
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2-30
Junio 5, 1899
Luisa reza junto con Jesús.
(1) Continúa aún el estado de aniquilamiento, pero hasta tal punto que no osaba decir una
palabra a mi amado Jesús. Pero esta mañana, Jesús teniendo compasión de mi miserable
estado, Él mismo ha querido aliviarme y he aquí como: Mientras se hizo ver y yo me sentía toda
aniquilada y avergonzada delante de Él, Jesús se ha acercado a mí, pero tan estrechamente,
que me parecía que Él estuviese en mí y yo en Él, y me ha dicho: