2-27
Mayo 31, 1899
Jesús se lamenta del confesor.
(1) Esta mañana, estando en mi habitual estado, mi adorable Jesús ha venido y al mismo
tiempo vi al confesor. Jesús se mostraba un poco disgustado con él, porque parecía que el
confesor quería que todos aprobasen que lo mío era obra de Dios, y casi quería convencer a
otros sacerdotes con manifestarles algunas cosas de mi interior. Jesús se ha vuelto al confesor
y le ha dicho:
(2) “Esto es imposible, hasta Yo tuve contrarios, y esto en personas de las más notables y
también sacerdotes y otras dignidades, tuvieron que decir sobre mis santas obras, hasta
tacharme de endemoniado. Estas oposiciones, aun por personas religiosas, Yo las permito para
hacer que a su tiempo pueda relucir más la verdad. Que quieras hacerte aconsejar por dos o
tres sacerdotes de los más buenos y santos y aun doctos, para tener luz y hasta para hacer lo
que quiero Yo en las cosas que se deben hacer, como es el consejo de los buenos y la oración,
esto Yo lo permito, pero el resto no, no, sería querer hacer un derroche de mis obras y ponerlas
en burla, lo que mucho me disgusta”.
(3) Después me dijo a mí: “Lo que quiero de ti es un obrar recto y simple, que del pro y del
contra de las criaturas no te preocupes, déjalas pensar como quieran, sin tomarte el más mínimo
fastidio, pues el querer que todos sean favorables es un querer desviarse de la imitación de mi
Vida”.
2-28
Junio 2, 1899
Acerca del conocimiento de nosotros mismos.
(1) Esta mañana mi dulcísimo Jesús quiso hacerme tocar con mis propias manos mi nada. En
el momento en que se hizo ver, las primeras palabras que me ha dirigido han sido:
(2) “¿Quién soy Yo, y quién eres tú?”
(3) En estas dos palabras vi dos luces inmensas: En una comprendía a Dios, en la otra veía
mi miseria, mi nada. Me veía ser no otra cosa que una sombra, como aquel reflejo que hace el
sol al iluminar la tierra, que depende del sol, y que pasando a otros puntos el reflejo termina de
existir. Así mi sombra, esto es, mi ser, depende del místico Sol Dios, y que en un simple instante
puede deshacer esta sombra. ¿Qué decir además de cómo he deformado esta sombra que el
Señor me ha dado, no siendo ni siquiera mía? Da horror pensarlo, maloliente, putrefacta, toda
agusanada, y sin embargo en este estado tan horrendo estaba obligada a estar delante de un
Dios tan santo, ¡oh, cómo habría estado contenta si me fuera dado esconderme en los más
oscuros abismos!
(4) Después de esto Jesús me ha dicho: “El favor más grande que puedo hacer a un alma es
el hacerse conocer a sí misma. El conocimiento de sí y el conocimiento de Dios van de la mano,
por cuanto te conozcas a ti misma otro tanto conocerás a Dios. El alma que se ha conocido a sí,
viendo que por sí misma no puede obrar nada de bien, esta sombra de su ser la transforma en
Dios y de esto sucede que en Dios hace todas sus operaciones. Sucede que el alma está en
Dios y camina junto a Él, sin mirar, sin investigar, sin hablar, en una palabra, como muerta,
porque conociendo a fondo su nada no se atreve a hacer nada por sí misma, sino que
ciegamente sigue las operaciones del Verbo”.
(5) A mí me parece que al alma que se conoce a sí misma le sucede como a esas personas
que van en un transporte, que mientras pasan de un lugar a otro sin dar un paso por ellas
mismas, hacen largos viajes, pero todo esto en virtud del transporte que las lleva. Así el alma,