Parecía casi desarmado, sin fuerza, todo sosegado, como un humilde corderillo, todo
condescendiente. Yo advertí que la hora era tardísima, y como el confesor había venido
temprano esta mañana para llamarme a la obediencia, no es que yo supiera que debía ser
llamada por la obediencia, porque ante la obediencia Jesús me deja libre, por eso vuelta hacia
Él le dije: “Jesús dulcísimo, no permitas que yo sirva de molestia a la familia y de fastidio al
confesor con hacerlo venir de nuevo, ¡ah, te lo pido, hazme Tú mismo regresar en mí!” Y Jesús
me ha dicho:
(8) “Hija mía, no te quiero dejar este día”.
(9) Y yo: “Tampoco yo tengo corazón para dejarte, pero sólo por un poquito, para hacer ver a
la familia que estoy en mí misma y después volveremos a estar juntos”. Así, después de un largo
debate, dándonos un adiós recíproco me dejó un poco. Era exactamente la hora de la comida y
la familia venía a llamarme, y si bien me sentía en mí misma, pero me sentía toda llena de
sufrimiento, la cabeza no la aguantaba, lo amargo y lo dulce bebido del costado de Jesús me
daba tal saciedad y sufrimiento al mismo tiempo, que me resultaba imposible poder tomar alguna
otra cosa. La palabra dada a Jesús me hacía sentirme entre espinas; así, con el pretexto de que
me dolía la cabeza dije a la familia: “Déjenme sola, que no quiero nada”. Y así quedé libre de
nuevo y enseguida empecé a llamar al dulce Jesús, y Él siempre benigno ha regresado; ¿pero
quién puede decir lo que pasé hoy, cuántas gracias hizo Jesús a mi alma, cuántas cosas me
hizo entender? Es imposible poderlo expresar con palabras. Así, después de estar un largo rato,
Jesús para calmar mis sufrimientos, de su boca ha vertido una leche dulce y después hacia la
noche me ha dejado dándome su palabra de que pronto regresaría, y así me he encontrado de
nuevo en mí misma, pero un poco más libre de sufrimientos.
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2-23
Mayo 16, 1899
Jesús habla de la cruz y se lamenta de las almas devotas.
(1) Jesús ha seguido por otros días manifestándose del mismo modo, no queriendo separarse
de mí. Parecía que aquel poco de sufrimientos que había vertido en mí lo atraían tanto, que no
sabía estar sin mí. Esta mañana ha vertido otro poco de amargura de su boca en la mía y
después me ha dicho:
(2) “La cruz dispone al alma a la paciencia. La cruz abre el Cielo y une juntos Cielo y tierra,
esto es, Dios y el alma. La virtud de la cruz es potente y cuando entra en un alma tiene la virtud
de quitar la herrumbre de todas las cosas terrenas, no sólo eso, sino que da el aburrimiento, el
fastidio, el desprecio de las cosas de la tierra, y a cambio le da el sabor, el agrado de las cosas
celestiales, pero por pocos es reconocida la virtud de la cruz, por eso la desprecian”.
(3) ¿Quién puede decir cuántas cosas he comprendido de la cruz mientras Jesús hablaba? El
hablar de Jesús no es como el nuestro, que tanto se entiende por cuanto se dice, sino que una
sola palabra deja una luz inmensa, que rumiándola bien podría hacer estar ocupado todo el día
en profundísima meditación. Por eso si yo quisiera decirlo todo me extendería demasiado y me
faltaría el tiempo para hacerlo. Después de un poco Jesús ha regresado de nuevo, pero un poco
más afligido. Yo rápidamente le he preguntado la causa, y Jesús me ha hecho ver muchas almas
devotas y me ha dicho:
(4) “Hija mía, lo que miro en un alma es cuando se despoja de la propia voluntad, entonces
mi Voluntad la inviste, la diviniza y la hace toda mía. Mira un poco a estas almas, se dicen
devotas mientras las cosas van a su modo, después una pequeña cosa, si no son largas sus
confesiones, si el confesor no las satisface, pierden la paz y algunas llegan a no querer hacer