veces te has hecho ver afligido, con verter en mí tus amarguras pronto has cambiado aspecto,
pero ahora me es negado darte este alivio. ¿Quién lo diría, que después de tanto tiempo que te
has dignado derramar tus amarguras en mí y hacerme partícipe de tus sufrimientos, y que Tú
mismo has hecho tanto para disponerme, ahora deba quedar privada? El sufrir por tu amor era
mi único alivio, era el sufrir lo que me hacía soportar el exilio del Cielo, pero ahora, faltándome
esto siento que no tengo ya donde apoyarme y la vida me da fastidio. ¡Ah! Esposo santo, amado
Bien, amada Vida mía, haz que vuelvan a mí las penas, dame el sufrir, no mires mi indignidad y
mis graves pecados, sino tu gran Misericordia que no está agotada”.
(7) Mientras me desahogaba con Jesús, Él, acercándose más a mí me ha dicho:
(8) “Hija mía, es mi Justicia que quiere desahogarse sobre las criaturas; el número de pecados
de los hombres está casi completo, y la Justicia quiere salir fuera para hacer gala de su furor y
repararse de las injusticias de los hombres. Bueno, para hacerte ver como estoy amargado y
para contentarte un poco, quiero verter en ti sólo mi aliento”.
(9) Y así, acercando sus labios a los míos me enviaba su respiro, que era tan amargo que me
sentía amargar la boca, el corazón y toda mi persona. Si su solo aliento era tan amargo, ¿qué
será del resto de Jesús? Me dejó tanta pena, que me sentí traspasar el corazón.
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2-22
Mayo 12, 1899
Jesús la contenta, vierte de su costado dulzuras
y amarguras. Pasa la jornada junto con Jesús.
(1) Esta mañana mi adorable Jesús continuaba haciéndose ver afligido, me transportó fuera
de mí misma y me hacía ver las ofensas que recibía, y yo comencé a pedir de nuevo que
derramara en mí sus amarguras. Jesús al principio no me hacía caso y sólo me ha dicho:
(2) “Hija mía, la caridad sólo es perfecta cuando es hecha con el solo fin de agradarme, y
entonces es verdadera y es reconocida por Mí cuando está despojada del todo”.
(3) Yo, tomando ocasión de sus mismas palabras le he dicho: “Amado Jesús mío, es por esto
precisamente por lo que quiero que Tú derrames en mí tus amarguras, para poderte aliviar en
tantas penas, y si te pido que libres también a las criaturas, es porque recuerdo bien que Tú en
otras ocasiones, después de haberlas castigado, al verlas sufrir tanto la pobreza y otras cosas,
mucho has sufrido también Tú. En cambio cuando yo he estado atenta y te he pedido e
importunado hasta cansarte que derramaras en mí tus amarguras, tanto que te complacías en
derramar en mí, librándolas a ellas, después Tú has quedado muy contento, ¿no lo recuerdas?
Y además ¿no son tus imágenes?”
(4) Jesús, viéndose convencido me ha dicho: “Por ti es necesario contentarte, acércate y bebe
de mi costado”.
(5) Así hice, me acerqué para beber de su costado, pero en vez de salir la amargura chupaba
una sangre dulcísima, que toda me embriagaba de amor y de dulzura; sí, por ello estaba
contenta, pero no era esta mi intención, por eso dirigiéndome a Él le dije: “Querido Bien mío,
¿qué haces? No es amargo lo que me das sino dulce. ¡Ah, te ruego, derrama Tú en mí tus
amarguras!” Y Jesús mirándome benignamente me dijo:
(6) “Continúa bebiendo, que detrás vendrá lo amargo”.
(7) Así, poniéndome nuevamente en su costado, después de que siguió saliendo lo dulce,
salió también lo amargo. ¿Pero quién puede decir la intensidad de la amargura? Después que
me sacié de beber me retiré y viendo su cabeza que tenía la corona de espinas, se la quité y la
hundí en mi cabeza, y Jesús parecía todo condescendiente, mientras que en otras ocasiones
no había permitido esto. ¡Cómo era bello ver a Jesús después de que derramó sus amarguras!