(4) “Hija mía, ¿qué será de tantas obras, aun buenas, hechas sin recta intención, por
costumbre y con fines de interés? ¿Cuál no será su vergüenza en el día del juicio, al ver tantas
obras buenas en sí mismas, pero marchitas por su intención, que en vez de darles honor como
a tantos otros, las mismas acciones les producirán vergüenza? Porque no son las obras grandes
lo que miro, sino la intención con la cual se hacen, aquí está toda mi atención”.
(5) Por un rato Jesús ha hecho silencio y yo pensaba en las palabras que había dicho, y
mientras las estaba rumiando en mi mente, especialmente sobre la pureza de intención y cómo
haciendo el bien a las criaturas, las mismas criaturas deben desaparecer, haciendo una a la
criatura con el mismo Señor, y hacer como si las criaturas no existieran, Jesús ha vuelto a hablar
diciéndome:
(6) “No obstante así es. Mira, mi corazón es grandísimo, pero la puerta es estrechísima,
ninguno puede llenar el vacío de este corazón, sino sólo las almas desapegadas, desnudas y
simples, porque como tú ves, siendo la puerta pequeña, cualquier impedimento, aun mínimo, es
decir, una sombra de apego, de intención errónea, una obra sin el fin de agradarme, impide que
entren a deleitarse en mi corazón. El amor del prójimo mucho le agrada a mi corazón, pero debe
estar tan unido al mío, que debe formar uno solo, sin poderse distinguir uno del otro; pero aquel
otro amor al prójimo que no está transformado en mi amor, Yo no lo miro como cosa que me
pertenezca”.
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2-21
Mayo 9, 1899
Lamentos, peticiones, coloquio con Jesús.
(1) Esta mañana me encontraba en un mar de aflicción por la pérdida de Jesús. Después de
mucho esperar ha venido, y se estrechaba tanto a mí, que no podía ni siquiera verlo, llegaba a
poner su frente sobre la mía, apoyaba su rostro sobre el mío y así todos los demás miembros.
Ahora, mientras Jesús estaba en esta posición le he dicho: “Mi adorable Jesús, ¿ya no me
quieres?”
(2) Y Él: “Si no te amara no me estaría tan cerca de ti”.
(3) Y yo he vuelto a decirle: “¿Cómo me dices que me amas si no me haces más sufrir como
antes? Temo que no me quieras más en este estado, al menos libérame entonces del fastidio
del confesor”.
(4) Mientras esto decía, parecía que Jesús no hacía caso a mis palabras y me hacía ver una
multitud de gente que cometía toda clase de infamias, y Jesús indignado con ellos, hacía caer
entre ellos diferentes clases de enfermedades contagiosas, y muchos morían negros como
carbones, parecía que Jesús exterminaba de la faz de la tierra a aquella multitud de gente.
Mientras esto veía, le pedí a Jesús que vertiera en mí sus amarguras a fin de que pudiera yo
librar a la gente, pero ni siquiera en esto me hacía caso; y respondiéndome a las palabras que
antes le había dicho ha agregado:
(5) “El más grande castigo que puedo darte a ti, al sacerdote y al pueblo, es si te liberase de
este estado de sufrimientos. Mi Justicia se desahogaría con todo su furor, porque no encontraría
más alguna oposición. Tan es verdad, que el peor mal para alguien es ser puesto en un oficio y
después ser depuesto, mejor para él si no se le hubiera encargado aquel oficio, porque
abusando y no aprovechando se vuelve indigno”.
(6) Después Jesús ha seguido viniendo varias veces el día de hoy, pero tan afligido que daba
piedad y hasta hacía llorar, tal vez hasta las mismas piedras. Por cuanto pude busqué
consolarlo, ahora lo abrazaba, ahora le sostenía la cabeza tan sufriente, ahora le decía:
“Corazón de mi corazón, Jesús, nunca ha sido tu costumbre aparecerte a mí tan afligido, si otras