2-17
Abril 26, 1899
Jesús la contenta con respecto al confesor. Le habla de las
almas desapegadas, que mientras no tienen nada, todo poseen.
(1) Cuando hoy mi amante Jesús se hacía ver, me parecía que me enviaba tantos rayos de
luz, que toda me penetraban, cuando en un instante nos hemos encontrado fuera de mí misma
y junto se encontraba el confesor. Yo enseguida le pedí a mi querido Jesús que le diera un beso
al confesor y que estuviera un poco en sus brazos, (Jesús era niño). Para contentarme pronto
ha besado al confesor en el rostro, pero sin quererse separar de mí, yo he quedado toda afligida
y le dije: “Tesorito mío, no era esta mi intención, de hacerte besar su rostro, sino la boca, a fin
de que tocada por tus purísimos labios quedara santificada y fortificada de aquella debilidad, así
podrá anunciar más libremente la santa palabra y santificar a los demás. ¡Ah, te ruego que me
contentes!” Así, Jesús ha dado otro beso, pero ahora en la boca de él, y después me ha dicho:
(2) “Me son tan agradables las almas desapegadas de todo, no sólo en el afecto, sino también
en efecto, que a medida que van despojándose, así mi luz las va invistiendo y llegan a ser como
cristales, en los que la luz del sol no encuentra impedimento para penetrar dentro de ellos, como
lo encuentra en las construcciones y en las demás cosas materiales”.
(3) ¡Ah! dijo después: “Creen despojarse, pero en cambio vienen a vestirse no sólo de las
cosas espirituales, sino también de las corporales, porque mi providencia tiene un cuidado todo
especial y particular por estas almas desapegadas, mi providencia las cubre por todas partes;
sucede que nada tienen, pero todo poseen”.
(4) Después de esto nos retiramos del confesor y encontramos muchas personas religiosas
que parecía que tenían toda la intención de trabajar por fines de intereses, Jesús pasando en
medio de ellas dijo:
(5) “¡Ay, ay de aquél que trabaja por la finalidad de adquirir dinero, ya han recibido en vida su
paga!”
2-18
Mayo 2, 1899
Cómo en la Iglesia está reflejado todo el Cielo.
(1) Esta mañana Jesús daba mucha compasión, estaba tan afligido y sufriente que yo no me
atrevía a hacerle ninguna pregunta, nos mirábamos en silencio, de vez en cuando me daba un
beso y yo a Él, y así ha seguido haciéndose ver algunas veces. La última vez me hizo ver la
Iglesia diciéndome estas palabras:
(2) “En mi Iglesia está representado todo el Cielo: Así como en el Cielo una es la cabeza, que
es Dios, y muchos son los santos, de diferentes condiciones, órdenes y méritos, así en mi Iglesia,
una es la cabeza, que es el Papa, y hasta en la tiara que rodea su cabeza está representada la
Trinidad Sacrosanta, y muchos son los miembros que de esta cabeza dependen, o sea,
diferentes dignidades, diferentes órdenes, superiores e inferiores, desde el más pequeño hasta
el más grande, todos sirven para embellecer mi Iglesia, y cada uno, según su grado, tiene un
oficio que le ha sido dado, y con el exacto cumplimiento de las virtudes viene a dar de sí en mi
Iglesia un esplendor olorosísimo, de modo que la tierra y el Cielo quedan perfumados e
iluminados, y las gentes quedan tan atraídas por esta luz y por este perfume, que resulta casi
imposible no rendirse a la verdad. Te dejo a ti el considerar a aquellos miembros infectados, que
en vez de producir luz dan tinieblas, ¡cuántos destrozos hacen en mi Iglesia!”
(3) Mientras Jesús así me decía, he visto al confesor junto a Él, Jesús con su mirada
penetrante lo miraba fijamente; después, dirigiéndose a mí me ha dicho:
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