(4) Pero el niño amargamente respondió: “No tengo a nadie, ¡ah, no me hagas vagar más,
déjame estar contigo!”
(5) Yo misma no sabía qué hacer, como tenerlo. Un pensamiento me pasó por la mente:
“¿Quién sabe, a lo mejor es Jesús, o bien será algún demonio para disturbarme?” Así que de
nuevo le dije: “Pero dime la verdad, ¿quién eres tú?” Y Él repitió:
(6) “Yo soy el pobre de los pobres”.
(7) Yo repliqué: “¿Has aprendido a santiguarte?”
(8) “Sí”. Respondió.
(9) Pues entonces hazlo, quiero ver como lo haces.
(10) Él se persignó con la señal de la cruz.
(11) Yo agregué: “¿Y el Ave María la sabes decir?”
(12) “Sí, pero si quieres que la diga, digámosla juntos”.
(13) Yo empecé el Ave María y Él la decía junto conmigo, en ese momento una luz purísima
se ha desprendido de su frente adorable y he conocido que el pobre de los pobres era Jesús.
En un instante, con aquella luz que Jesús me enviaba me ha hecho perder de nuevo los sentidos
y me sacó fuera de mí misma. Yo estaba toda confundida delante de Jesús, especialmente por
tantos rechazos y rápidamente le dije:
(14) “Querido mío, perdóname, si te hubiese conocido no te habría prohibido la entrada.
Además, ¿por qué no me has dicho, que eras Tú? Tengo tantas cosas que decirte, te las habría
dicho, no habría perdido el tiempo en tantas inutilidades y temores. Para tenerte a Ti no tengo
necesidad de los míos, puedo tenerte libremente porque Tú no te dejas ver por ninguno”. Pero
mientras esto decía, Jesús ha desaparecido y así ha terminado todo, dejándome una pena por
no haberle dicho nada de lo que quería decirle.
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2-16
Abril 23, 1899
Las alabanzas y desprecios de los demás
(1) Hoy he meditado acerca del daño que puede venir a nuestras almas por las alabanzas que
nos dan las criaturas. Mientras me lo aplicaba a mí misma para ver si había en mí la
complacencia por las alabanzas humanas, Jesús se ha acercado a mí y me ha dicho:
(2) “Cuando el corazón está lleno del conocimiento de sí mismo, las alabanzas de los hombres
son como aquellas olas del mar, que se elevan y desbordan pero jamás salen de sus límites,
así las alabanzas humanas hacen estrépito, alborotan, se acercan hasta el corazón, pero
encontrándolo lleno y bien circundado por los fuertes muros del conocimiento de sí mismo, no
teniendo por lo tanto donde quedarse, se vuelven atrás sin hacer ningún daño al alma, por eso
debes estar atenta a esto, que las alabanzas y los desprecios de las criaturas no hay que
tomarlos en cuenta”.
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