ofensas hechas por sus más amados, por aquellos mismos que deberían poner alma y cuerpo
para defender el honor y la gloria de Dios, por eso resultan más dolorosas a su corazón adorable.
Entonces veía almas devotas, que por bagatelas de nada no se preparaban bien a la comunión;
su mente en vez de pensar en Jesús pensaba en sus pequeñas disturbios, en tantas cosas de
nada, y ésta era su preparación. Cuánta pena daban estas almas a Jesús y cuánta compasión
daban ellas, porque daban importancia a tantas pajitas, a tantas ociosidades y en cambio no se
dignaban dirigirle una mirada a Jesús. Entonces Él me ha dicho:
(3) “Hija mía, cuánto impiden estas almas que mi Gracia se derrame en ellas, Yo no me fijo
en las minucias, sino en el amor con el cual se acercan, y ellas al contrario, más se fijan en las
pajas que en el amor, es más, el amor destruye las pajas, pero con muchas pajas no se
acrecienta ni un poquito el amor, más bien lo disminuye. Pero lo que es peor de estas almas es
que se disturban mucho, pierden mucho tiempo, quisieran estar con los confesores horas
enteras para decir todas estas minucias, pero jamás ponen manos a la obra con una buena y
valiente resolución para extirpar estas pajas.
(4) ¿Qué decirte además, ¡oh! hija mía, de ciertos sacerdotes de estos tiempos? Se puede
decir que obran casi satánicamente, llegando a hacerse ídolos de las almas. ¡Ah! Sí, mi corazón
es más traspasado por mis hijos, porque si los otros me ofenden más, ofenden las partes de mi
cuerpo, pero los míos me ofenden las partes más sensibles y tiernas, hasta en lo más íntimo de
mi corazón”.
(5) ¿Quién puede decir la amargura de Jesús? Al decir estas palabras lloraba amargamente.
Yo hacía cuanto más podía por compadecerlo y repararlo, pero mientras esto hacía nos
retiramos juntos en el lecho.
+ + + +
2-15
Abril 21, 1899
Ve a Jesús como niño mientras se encuentra sola. Temor de que
fuera alguien para hacerle mal. Pregunta quién es, y le dice
que es el pobre de los pobres y que quisiera estar con ella.
(1) Esta mañana, estando en mi habitual estado, en un momento me he encontrado en mí
misma, pero sin poderme mover, cuando de pronto sentí que alguien entraba en mi recámara,
después ha cerrado de nuevo la puerta y he oído que se acercaba a mi cama. En mi mente
pensaba que alguien había entrado furtivamente, sin que nadie de la familia lo hubiera visto y
había penetrado hasta mi recámara. ¿Quién sabe qué cosa me pueda hacer? Era tanto el temor
que me sentí helar la sangre en las venas y temblaba toda. ¡Oh Dios! ¿Qué hacer? Decía entre
mí: “La familia no lo ha visto, yo me siento toda inmóvil y no puedo defenderme ni puedo pedir
ayuda; Jesús, María, Mamá mía, ayúdenme, San José, defiéndeme de este peligro”. Cuando he
sentido que subía a la cama y se acurrucaba junto a mí ha sido tanto el temor, que he abierto
los ojos y le he dicho: “Dime, ¿quién eres tú?”
(2) Él ha respondido: “Yo soy el pobre de los pobres, no tengo donde estar; he venido a ti para
ver si me quieres tener contigo en tu recámara, mira, soy tan pobre que ni siquiera tengo
vestidos, pero tú pensarás en todo”.
(3) Yo lo miré bien, era un niño de cinco o seis años, sin vestidos, sin calzado, pero
sumamente bello y gracioso, enseguida le respondí: “Por mí con gusto te tendría, ¿pero qué dirá
mi papá? No soy persona libre que pueda hacer lo que quiera, tengo mis padres que lo impiden.
Vestirte sí puedo hacerlo con mis pobres trabajos, haré cualquier sacrificio, pero tenerte conmigo
es imposible. Y además, ¿no tienes padre, no tienes madre, no tienes dónde quedarte?”
67 sig