derramar! Era propiamente la última hora y Jesús no venía aún. ¡Oh Dios! ¿qué hacer? Mi
corazón estaba con un dolor tan fuerte y en un continuo palpitar, tan fuerte, que sentía una
agonía mortal. En mi interior le decía: “Mi buen Jesús, ¿no ves Tú mismo que me siento faltar la
vida? ¿Al menos dime cómo se puede hacer para estar sin Ti? ¿Cómo se puede vivir? Si bien
soy ingrata ante tantas gracias, sin embargo te amo y te ofrezco esta pena amarguísima de tu
ausencia para repararte por mi ingratitud; pero ven, Jesús ten paciencia, eres tan bueno, no me
hagas esperar, ven. ¡Ah! ¿Tal vez no sabes Tú mismo qué cruel tirano es el amor, y por eso no
tienes compasión de mí?” Mientras estaba en este estado tan doloroso, Jesús ha venido y todo
compasión me ha dicho:
(2) “He aquí que he venido, no llores más, ven a Mí”.
(3) En un instante me he encontrado fuera de mí misma junto con Él, y yo lo miraba, pero con
tal temor que de nuevo pudiera perderlo, que a ríos me escurrían las lágrimas de los ojos. Jesús
ha continuado diciéndome:
(4) “No, no llores más, mira un poco cuánto estoy sufriendo, mírame la cabeza, las espinas
han penetrado tan adentro, que no queda nada afuera. ¿Ves cuántos desgarros y sangre cubren
mi cuerpo? Acércate, dame un alivio”.
(5) Ocupándome de las penas de Jesús he olvidado un poco las mías, y así he comenzado
por su cabeza, ¡oh! cómo era desgarrador ver aquellas espinas tan metidas dentro, que apenas
se podían jalar. Mientras esto hacía, Jesús se lamentaba, tanto era el dolor que sufría. Después
que he sacado aquella corona de espinas, toda despedazada, la uní de nuevo, y conociendo
que el mayor placer que se pueda dar a Jesús es el sufrir por Él, la he tomado y la he hundido
sobre mi cabeza.
(6) Después, una por una se ha hecho besar las llagas y en algunas de ellas quería que
chupara la sangre. Yo trataba de hacer todo lo que Él quería, pero en mudo silencio, cuando se
ha presentado la Virgen Santísima y me ha dicho:
(7) “Pregunta a Jesús qué cosa quiere hacer de ti”.
(8) Yo no me atrevía, pero la Mamá me incitaba a hacerlo; para contentarla he acercado los
labios al oído de Jesús, y quedito quedito le he dicho: “¿Qué cosa quieres hacer de mí?” Y Él
ha respondido:
(9) “Quiero hacer de ti un objeto de mis complacencias”.
(10) Y en el acto mismo de decir estas palabras desapareció, y yo me he encontrado en mí
misma.
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2-12
Abril 9, 1899
Jesús lleva a Luisa fuera de sí misma, unida a Él,
no quiere dejarla y Jesús la tiene consigo en la custodia.
(1) Esta mañana Jesús se ha hecho ver y me ha transportado dentro de una iglesia, allí he
oído la Santa Misa y recibí la comunión de las manos de Jesús. Después de esto me abracé a
los pies de Él, tan fuertemente que no podía separarme. El pensamiento de las penas de los
días pasados, esto es, de la privación de Jesús, me hacía temer tanto el perderlo de nuevo, que
estando a sus pies lloraba y le decía: “Esta vez, oh Jesús, no te dejaré más, porque Tú cuando
te vas de mí me haces sufrir y esperar mucho”.
(2) Entonces Jesús me dijo: “Ven entre mis brazos que quiero aliviarte de las penas pasadas
en estos días”.
(3) Yo casi no me atrevía a hacerlo, pero Jesús extendió las manos y me levantó de sus pies,
me abrazó y dijo:
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