a sepultarme en el lugar de donde salí, también tú, ¡oh hombre! corre, pero corre al seno de Dios
de donde saliste; ¡ah! te pido, no corras los caminos torcidos, los caminos que conducen al
precipicio, de otra manera, ¡ay de ti!” También las bestias más salvajes nos repiten: “Mira, ¡oh!
hombre cómo debes ser selvático para todo lo que no es Dios; mira, cuando nosotros vemos
que alguien se acerca a nosotros, con nuestros rugidos ponemos tanto espanto, que ninguno se
atreve a acercarse más a perturbar nuestra soledad, también tú, cuando el hedor de las cosas
terrenas, o sea tus pasiones violentas, estén por enfangarte y hacerte caer en el precipicio de
las culpas, con los rugidos de tu oración y con retirarte de las ocasiones en las cuales te
encuentras, estarás a salvo de cualquier peligro”. Así todos los demás seres, que decirlos todos
sería demasiado largo, con voz unánime resuenan entre ellos y nos repiten: “Mira, ¡oh! hombre,
por amor tuyo nos ha creado nuestro Creador y todos estamos a tu servicio, tú no seas tan
ingrato, ama, te rogamos, te repetimos, ama a nuestro Creador!”.
(3) Después de esto, mi amable Jesús me dijo: “Esto es todo lo que quiero: “Amar a Dios y al
prójimo por amor mío”. Ve cuánto he amado al hombre, y él es tan ingrato; ¿cómo quieres tú
que no lo castigue?”.
(4) En el mismo instante me parecía ver una granizada terrible y un terremoto que debe hacer
notable daño, hasta destruir las plantas y los hombres. Entonces, con toda la amargura de mi
alma le he dicho: “Mi siempre amable Jesús, ¿por qué estás tan indignado? Si el hombre es
ingrato, no es tanto por malicia sino por debilidad. ¡Oh! Si te conocieran un poco, cómo serían
humildes y amorosos, por eso, cálmate, al menos te encomiendo Corato y a aquellos que me
pertenecen”.
(5) En el momento de decir esto, me parecía que también en Corato debía suceder algo, pero
en comparación con lo que sucederá en los demás lugares será nada.
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2-4
Marzo 14, 1899
Jesús se refugia en el corazón y llora la suerte de las criaturas.
El alma hace de todo para consolarlo y llora junto con Jesús.
(1) Esta mañana mi dulcísimo Jesús, transportándome junto con Él, me hacía ver la
multiplicidad de los pecados que se cometen, y eran tales y tantos, que es imposible describirlos;
veía también en el aire una estrella de desmesurado tamaño, y en su circunferencia contenía
fuego negro y sangre; infundía tal temor y espanto al mirarla, que parecía que fuera menor mal
la muerte que vivir en tiempos tan tristes. En otros lugares se veían los volcanes, que abriendo
otros tantos cráteres debían inundar aun los pueblos vecinos; se veían también gentes sectarias
que irán favoreciendo los incendios, etc. Mientras esto veía, mi amable pero afligido Jesús me
dijo:
(2) “¿Has visto cuánto me ofenden y lo que tengo preparado? Yo me retiro del hombre”.
(3) Y mientras esto decía nos retiramos los dos en la cama, y veía que en este retirarse de
Jesús, los hombres se ponían a hacer acciones más feas, más homicidios, en una palabra, me
parecía ver gente contra gente. Cuando nos retiramos, parecía que Jesús se metía en mi
corazón y comenzó a llorar y a sollozar diciendo:
(4) “¡Oh hombre, cuánto te he amado! ¡Si tú supieras cuánto me duele tener que castigarte!
Pero a esto me obliga mi justicia. ¡Oh hombre, oh hombre, cuánto lloro y me duele tu suerte!”
(5) Después daba desahogo al llanto y de nuevo repetía las palabras. ¿Quién puede decir la
pena, el temor, el desgarro que se hacía en mi alma, especialmente al ver a Jesús tan afligido y
llorando? Hacía cuanto más podía para esconder mi dolor, y para consolarlo le decía: “¡Oh