2
I. M. I.
2-1
Febrero 28, 1899
Por orden del confesor empiezo a escribir lo que pasa entre
Nuestro Señor y yo día por día. Año 1899, mes de Febrero, día 28.
(1) Confieso la verdad, siento una gran repugnancia, es tanto el esfuerzo que debo hacer para
vencerme, que sólo el Señor puede saber el desgarro de mi alma. Pero, ¡oh santa obediencia,
qué atadura tan potente eres! Sólo tú podías vencerme y superar todas mis repugnancias, que
son como montes insuperables, y me atas a la Voluntad de Dios y del confesor. Pero, ¡oh!
Esposo santo, por cuan grande es el sacrificio, otro tanto tengo necesidad de ayuda, no quiero
otra cosa sino que me introduzcas en tus brazos y me sostengas. Así, asistida por Ti podré
decir sólo la verdad, sólo por tu gloria y para confusión mía.
(2) Esta mañana, habiendo celebrado la misa el confesor, he recibido también la comunión.
Mi mente se encontraba en un mar de confusión por causa de esta obediencia que me viene
dada por el confesor de escribir todo lo que pasa en mi interior. Apenas he recibido a Jesús he
comenzado a decirle mis penas, especialmente mi insuficiencia y tantas otras cosas, pero
parecía que Jesús no daba importancia a lo mío y no respondía a nada. Me ha venido una luz a
mi mente y he dicho: “Tal vez soy yo misma la causa de que Jesús no se muestre según su
costumbre”. Entonces con todo el corazón le he dicho: “¡Ah! Mi Bien y mi todo, no te muestres
conmigo tan indiferente, me despedazas el corazón por el dolor, si es por lo escrito, venga, que
venga, aunque me cueste el sacrificio de la vida te prometo hacerlo”. Entonces Jesús ha
cambiado aspecto y todo benigno me ha dicho:
(3) “¿De qué temes? ¿No te he asistido Yo las otras veces? Mi luz te circundará por todas
partes y así tú podrás manifestarlo”.
(4) Mientras así decía, no sé como he visto al confesor junto a Jesús y el Señor le ha dicho:
“Mira, todo lo que haces pasa al Cielo, por eso ve la pureza con la cual debes obrar, pensando
que todos tus pasos, palabras y obras vienen a mi presencia, y si son puros, esto es, hechos
por Mí, Yo siento por ello un gozo grandísimo y los siento en derredor Mío, como tantos
mensajeros que me recuerdan continuamente de ti; pero si son hechos por fines bajos y
terrenos, siento fastidio”. Y mientras así decía, parecía que le tomaba las manos y levantándolas
hacia el Cielo le decía: “Los ojos siempre en alto; eres del Cielo, obra para el Cielo”.
(5) Mientras veía al confesor y a Jesús que así le decía, en mi mente me parecía que si se
obrara así, sucedería como cuando una persona debe desalojar una casa para mudarse a otra,
¿qué hace? Primero manda todas las cosas y todo lo que ella tiene y después se va ella. Así
nosotros, primero mandamos nuestras obras a tomar el lugar para nosotros en el Cielo, y
después, cuando llegue nuestro tiempo iremos nosotros. ¡Oh, qué hermoso cortejo nos harán!
(6) Ahora, mientras veía al confesor, me acordé que me había dicho que debía escribir sobre
la fe, el modo como Jesús me había hablado sobre esta virtud. Mientras en esto pensaba, en un
instante el Señor me ha atraído de tal forma a Sí, que me he sentido fuera de mí misma en el
Cielo, junto con Jesús, y me ha dicho estas precisas palabras:
(7) “La Fe es Dios”.
(8) Pero estas dos palabras contenían una luz inmensa, que es imposible explicarlas, pero
como pueda lo diré: En la palabra “fe” comprendía que la fe es Dios mismo. Así como el alimento
material da vida al cuerpo para que no muera, así la fe da la vida al alma; sin la fe el alma está
2 Este libro ha sido traducido directamente del original manuscrito de Luisa Piccarreta