que he venido en medio de ellas para hacerlas felices, para consolarlas, y que estaré en medio
de ellas como su hermanito dando a cada una todos mis bienes, mi reino, a costa de mi muerte.
Quiero darles mis besos, mis caricias; quiero entretenerme con ellas, pero, ay, cuántos dolores
me dan, quién me huye, quién se hace la sorda y me reduce al silencio, quién desprecia mis
bienes y no se preocupan de mi reino y corresponden mis besos y caricias con el descuido y el
olvido de Mí, y mi entretenimiento lo convierten en amargo llanto. ¡Oh, cómo estoy solo, a pesar
de estar en medio de tantos! ¡Oh, cómo me pesa mi soledad! no tengo a quien decir una palabra,
con quien hacer un desahogo de amor; estoy siempre triste y taciturno, porque si hablo no soy
escuchado. ¡Ah, hija mía, te pido, te suplico que no me dejes solo en tanta soledad! dame el
bien de hacerme hablar con escucharme, presta oídos a mis enseñanzas, Yo soy el maestro de
los maestros. Cuántas cosas quiero enseñarte. Si me escuchas me harás dejar de llorar y me
entretendré contigo, ¿no quieres tú entretenerte Conmigo?”. Y mientras me abandonaba en Él,
compadeciéndolo en su soledad, la voz interior continuaba:
(48) “Basta, basta, pasa a considerar el 6º exceso de mi Amor”.
(49) 6º.- “Hija mía, ven, ruega a mi amada Mamá que te haga un lugarcito en su seno
materno, a fin de que tú misma veas el estado doloroso en el cual me encuentro”.
(50) Entonces me parecía con el pensamiento, que nuestra Reina Mamá, para contentar a
Jesús me hacía un pequeño lugar y me ponía dentro. Pero era tal y tanta la oscuridad que no lo
veía, sólo oía su respiro y Él en mi interior seguía diciéndome:
(51) “Hija mía, mira otro exceso de mi Amor. Yo soy la luz eterna, el sol es una sombra de
mi luz, pero ve adonde me ha conducido mi Amor, en qué oscura prisión estoy, no hay ni un
rayo de luz, siempre es noche para Mí, pero noche sin estrellas, sin reposo, siempre despierto,
¡qué pena!, la estrechez de la prisión, sin poderme mínimamente mover, las tinieblas tupidas;
hasta el respiro, respiro por medio del respiro de mi Mamá, ¡oh, cómo es cansado! Y además,
agrega las tinieblas de las culpas de las criaturas, cada culpa era una noche para Mí, las que
uniéndose juntas formaban un abismo de oscuridad sin confines. ¡Qué pena! ¡oh exceso de mi
Amor, hacerme pasar de una inmensidad de luz, de amplitud, a una profundidad de densas
tinieblas y de tales estrecheces, hasta faltarme la libertad del respiro, y esto, todo por amor de
las criaturas!”
(52) Y mientras esto decía gemía, casi con gemidos sofocados por falta de espacio, y
lloraba. Yo me deshacía en llanto, le agradecía, lo compadecía, quería hacerle un poco de luz
con mi amor como Él me decía, ¿pero quién puede decirlo todo? La misma voz interna agregaba:
(53) “Basta por ahora. Pasa al séptimo exceso de mi Amor”.
(54) 7º.- La voz interior continuaba: “Hija mía, no me dejes solo en tanta soledad y en tanta
oscuridad, no salgas del seno de mi Mamá para que veas el séptimo exceso de mi Amor.
Escúchame, en el seno de mi Padre Celestial Yo era plenamente feliz, no había bien que no
poseyera, alegría, felicidad, todo estaba a mi disposición; los ángeles reverentes me adoraban
y estaban a mis órdenes. Ah, el exceso de mi Amor, podría decir que me hizo cambiar fortuna,
me restringió en esta tétrica prisión, me despojó de todas mis alegrías, felicidad y bienes para
vestirme con todas las infelicidades de las criaturas, y todo esto para hacer el cambio, para dar
a ellas mi fortuna, mis alegrías y mi felicidad eterna. Pero esto habría sido nada si no hubiera
encontrado en ellas suma ingratitud y obstinada perfidia. Oh, cómo mi Amor eterno quedó
sorprendido ante tanta ingratitud y lloró la obstinación y perfidia del hombre. La ingratitud fue la
espina más punzante que me traspasó el corazón desde mi concepción hasta el último instante
de mi Vida, hasta mi muerte. Mira mi corazoncito, está herido y gotea sangre. ¡Qué pena! ¡Qué
dolor siento! Hija mía, no seas ingrata; la ingratitud es la pena más dura para tu Jesús, es
cerrarme en la cara las puertas para dejarme afuera, aterido de frío. Pero ante tanta ingratitud
mi Amor no se detuvo y se puso en actitud de Amor suplicante, orante, gimiente y mendigante,
y éste es el octavo exceso de mi Amor”.