(55) 8º.- “Hija mía, no me dejes solo, apoya tu cabeza sobre el seno de mi amada Mamá,
porque también desde afuera oirás mis gemidos, mis súplicas, y viendo que ni mis gemidos ni
mis súplicas mueven a compasión de mi Amor a la criatura, me pongo en actitud del más pobre
de los mendigos y extendiendo mi pequeña manita, pido por piedad, al menos a título de limosna
sus almas, sus afectos y sus corazones. Mi Amor quería vencer a cualquier costo el corazón del
hombre, y viendo que después de siete excesos de mi Amor permanecía reacio, se hacía el
sordo, no se ocupaba de Mí ni se quería dar a Mí, mi Amor quiso ir más allá, debería haberse
detenido, pero no, quiso salir más allá de sus límites, y desde el seno de mi Mamá Yo hacía
llegar mi voz a cada corazón con los modos más insinuantes, con los ruegos más fervientes,
con las palabras más penetrantes. ¿Pero sabes qué les decía? “Hijo mío, dame tu corazón, todo
lo que tú quieras Yo te daré con tal que me des a cambio tu corazón; he descendido del Cielo
para tomarlo, ¡ah, no me lo niegues! ¡no defraudes mis esperanzas!” Y viéndolo reacio, y que
muchos me volteaban la espalda, pasaba a los gemidos, juntaba mis pequeñas manitas y
llorando, con voz sofocada por los sollozos le añadía: “¡Ay, ay! soy el pequeño mendigo, ¿ni
siquiera de limosna quieres darme tu corazón?” ¿No es esto un exceso más grande de mi Amor,
que el Creador para acercarse a la criatura tome la forma de un pequeño niño para no infundirle
temor, y pida al menos como limosna el corazón de la criatura, y viendo que ella no se lo quiere
dar ruega, gime y llora?”.
(56) Después me decía: “¿Y tú no quieres darme tu corazón? ¿Tal vez también tú quieres
que gima, que ruegue y llore para que me des tu corazón? ¿Quieres negarme la limosna que te
pido?”.
(57) Y mientras esto decía oía como si sollozara, y yo le dije: “Mi Jesús, no llores, te dono
mi corazón y toda yo misma”. Entonces la voz interna continuaba: “Sigue más adelante, y pasa
al noveno exceso de mi Amor”.
(58) 9º.- “Hija mía, mi estado es siempre más doloroso, si me amas, tu mirada tenla fija en
Mí, para que veas si puedes dar a tu pequeño Jesús algún consuelo, una palabrita de amor, una
caricia, un beso, que dé tregua a mi llanto y a mis aflicciones. Escucha hija mía, después de
haber dado ocho excesos de mi Amor, y que el hombre tan malamente me correspondió, mi
Amor no se dio por vencido, y al octavo exceso quiso agregar el noveno, y este fueron las ansias,
los suspiros de fuego, las llamas de los deseos de que quería salir del seno materno para abrazar
al hombre, y esto reducía a mi pequeña Humanidad aun no nacida a una agonía tal que estaba
a punto de dar mi último respiro. Y mientras estaba por darlo, mi Divinidad que era inseparable
de Mí, me daba sorbos de vida, y así retomaba de nuevo la vida para continuar mi agonía y
volver a morir nuevamente. Este fue el noveno exceso de mi Amor, agonizar y morir
continuamente de amor por la criatura. ¡Oh, qué larga agonía de nueve meses! ¡Oh, cómo el
amor me sofocaba y me hacía morir! Y si no hubiera tenido la Divinidad Conmigo, que me daba
continuamente la vida cada vez que estaba por morir, el amor me habría consumado antes de
salir a la luz del día”. Después agregaba:
(59) “Mírame, escúchame como agonizo, como mi pequeño corazón late, se afana, arde;
mírame, ahora muero”.
(60) Y hacía un profundo silencio. Yo me sentía morir, se me helaba la sangre en las venas
y temblando le decía: “Amor mío, Vida mía, no mueras, no me dejes sola, Tú quieres amor y yo
te amaré, no te dejaré más, dame tus llamas para poderte amar más y consumarme toda por
Ti”.
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