(24) Y Jesús: “Y Yo te perdono y aplico a tu alma los méritos de mi Pasión y quiero lavarla
en mi sangre”.
(25) Y mientras esto decía, levantó su bendita mano derecha y pronunció las palabras de
la absolución, exactas a las palabras que dice el sacerdote cuando da la absolución, y en el acto
en que esto hacía, de su mano corría un río de sangre, y mi alma quedaba toda inundada por
ella.
(26) Después de esto me dijo: “Ven, oh hija, ven a hacer penitencia por tus pecados
besándome mis llagas”.
(27) Toda temblando me levanté y le besé sus sacratísimas llagas y después me dijo:
(28) “Hija mía, sé más atenta y vigilante, porque hoy te doy la gracia de no caer más en el
pecado venial voluntario”.
(29) Después me hizo otras exhortaciones que no recuerdo bien y desapareció. ¿Quién
puede decir los efectos de esta confesión hecha a Nuestro Señor? Me sentía toda empapada
en la gracia, y me quedó tan grabada que no puedo olvidarla, y cada vez que me acuerdo, siento
correr un escalofrío en los huesos, y a la vez siento horror al pensar cuál es mi correspondencia
a tantas gracias que el Señor me ha hecho.
(30) Otras veces el Señor se ha dignado darme Él mismo la absolución, a veces tomando
el aspecto de sacerdote, y yo me confesaba como si fuese sacerdote, si bien sentía diversos
efectos, y después de terminada se hacía conocer que era Jesús; y a veces abiertamente venía
haciéndose conocer que era Jesús; también algunas veces tomaba el aspecto del confesor,
tanto que yo creía que hablaba con el confesor y le decía todos mis temores, mis dudas; pero
por el modo de responderme, por la suavidad de la voz, entrelazada ahora como la voz del
confesor y ahora como la de Jesús, por su trato amable y por los efectos internos, descubría yo
quién era. ¡Ah, si yo quisiera decir todo acerca de estas cosas me extendería demasiado! Por
eso termino y pongo punto.
(31) Recuerdo que hubo una segunda guerra entre África e Italia, y el bendito Jesús, un
día, cerca de nueve meses antes, me transportó fuera de mí misma y me hizo ver un camino
larguísimo, lleno de cadáveres inmersos en la sangre que a ríos inundaba ese camino. Daba
horror ver esos cadáveres expuestos al aire libre, sin tener ni siquiera quien los sepultara. Yo
toda asustada le dije a Nuestro Señor: “¿Qué cosa es esto?”
(32) Y Él: “El año que viene habrá guerra. Se sirven de la carne para ofenderme, y Yo sobre
su carne quiero hacer mi justa venganza”.
(33) Dijo otras cosas, pero ha pasado tanto tiempo que no las recuerdo.
(34) Ahora, sucedió que pasado aquel periodo de tiempo se empezó a oír que entre Italia y
África había guerra. Yo le rogaba al buen Jesús que librara a muchas víctimas y que tuviera
piedad de tantas almas que iban al infierno.
(35) Una mañana, según lo acostumbrado me transportó fuera de mí misma y veía que casi
todas las gentes estaban convencidas de que debía vencer Italia, me pareció encontrarme en
Roma y veía a los diputados que tenían consejo ente ellos acerca del modo como debían
conducir la guerra para estar seguros de hacer vencer a Italia. Estaban tan inflados de ellos
mismos que daban piedad, pero lo que más me impresionó fue el ver que estos tales, casi todos
eran sectarios, almas vendidas al demonio. ¡Qué tristes tiempos! parecía que propiamente
reinaba el reino satánico, y su confianza en vez de ponerla en Dios la ponían en el demonio.
Ahora, mientras estaban deliberando, mi bendito Jesús me dijo:
(36) “Vayamos a oír que se dicen”.
(37) Entonces me pareció entrar en su círculo junto con Jesús. Jesús se paseaba en medio
de ellos y derramaba lágrimas sobre su miserable estado. Cuando terminaron de deliberar sobre
el modo de como debían hacer, vanagloriándose de estar seguros de la victoria, Jesús se dirigió
a ellos y les dijo amenazándolos:
(38) “Confiáis en vosotros mismos y por eso os humillaré, esta vez perderá Italia”.