la llevaré al Cielo para mostrarla a toda la corte celestial como prenda de tu amor, y otra más
grande haré descender del Cielo para poder satisfacer mis ardientes anhelos que tengo sobre
ti”.
(4) Mientras Jesús decía esto, se presentó ante mí aquella cruz que había visto las otras
veces, yo la tomé y me extendí sobre ella, mientras estaba así se abrió el Cielo y de él descendió
el evangelista san Juan, y traía la cruz que Jesús me había indicado; la Reina Madre y muchos
ángeles, cuando llegaron junto a mí, me quitaron de sobre aquella cruz y me pusieron sobre la
que me habían traído, mucho más grande, un ángel tomó aquella cruz de antes y se la llevó al
Cielo. Después de esto, Jesús con sus propias manos comenzó a clavarme sobre aquella cruz,
la Mamá Reina me asistía, los ángeles y san Juan proporcionaban los clavos. Mi dulce Jesús
mostraba tal contento y alegría al crucificarme, que sólo por darle ese contento a Jesús no sólo
habría sufrido la cruz, sino otras penas aun. ¡Ah, me parecía que el Cielo hacía nueva fiesta por
mí al ver el contento de Jesús! Muchas almas del purgatorio fueron liberadas emprendiendo el
vuelo hacia el Cielo, y algunos pecadores fueron convertidos, porque mi Divino Esposo a todos
hizo partícipes del bien de mis sufrimientos. ¿Quién puede decir además los dolores intensos
que sufrí al estar bien extendida sobre la cruz y ser traspasadas las manos y los pies con los
clavos? Pero especialmente en los pies era tanta la atrocidad de las penas, que no pueden
describirse. Cuando terminaron de crucificarme y yo me sentía nadar en el mar de las penas y
de los dolores, la Mamá Reina dijo a Jesús: “Hijo mío, hoy es día de gracia, quiero que le
participes todas tus penas, no queda más que le traspases el corazón con la lanza y le renueves
la corona de espinas”. Entonces Jesús tomó la lanza y me traspasó el corazón de lado a lado,
los ángeles tomaron una corona de espinas muy tupida, se la dieron en la mano a la Santísima
Virgen, y Ella misma me la clavó en la cabeza.
(5) ¡Qué memorable día fue para mí!, de dolores, sí, pero también de contentos, de penas
indecibles, pero también de alegrías. Basta decir que era tanta la fuerza de los dolores, que
Jesús todo ese día no se movió de mi lado para sostener mi naturaleza que desfallecía por la
intensidad de las penas. Aquellas almas del purgatorio que habían volado al Cielo, descendían
junto con los ángeles y rodeaban mi cama recreándome con sus cánticos y agradeciendo
afectuosamente que por mis sufrimientos las había liberado de aquellas penas.
(6) Luego sucedió que habiendo pasado cinco o seis días de aquellas penas tan intensas,
con gran aflicción mía comenzaron a disminuir, y entonces solicitaba a mi amado Jesús que de
nuevo me renovara la crucifixión, y Él, a veces pronto y a veces no, se complacía en
transportarme a los lugares santos y me participaba las penas de su dolorosa Pasión. Ahora la
corona de espinas, ahora la flagelación, ahora llevaba la cruz al calvario y ahora la crucifixión.
A veces un misterio al día y a veces todo en un día, según a Él le placía, y esto era a mi alma
de sumo dolor y contento. Pero me resultaba amarguísimo cuando se cambiaba la escena, y en
vez de sufrir yo, era espectadora de ver sufrir a mi amadísimo Jesús las penas de la dolorosa
Pasión. ¡Ah, cuántas veces me encontraba en medio de los judíos junto con la Mamá Reina para
ver sufrir a mi amado Jesús! ¡Ah, sí, cómo es verdad que resulta más fácil sufrir uno mismo que
ver sufrir a la persona amada! Otras veces, renovando mi dulce Jesús estas crucifixiones,
recuerdo que me dijo:
(7) “Amada mía, la cruz hace distinguir a los réprobos de los predestinados. Así como en el
día del juicio los buenos se alegrarán al ver la cruz, así desde ahora se puede ver si alguno se
salvará o se perderá, si al presentarse la cruz el alma la abraza, la lleva con resignación, con
paciencia y besa y agradece a la mano que la envía, es señal de que es salvo; si al contrario, al
presentarse la cruz se irritan, la desprecian y llegan hasta ofenderme, puedes decir que es una
señal de que esa alma se encamina por la vía del infierno; así harán los réprobos en el día del
juicio, que al ver la cruz se afligirán y blasfemarán. La cruz dice todo, la cruz es un libro que sin
engaño y a claras notas te dice y te hace distinguir al santo del pecador, al perfecto del
imperfecto, al fervoroso del tibio. La cruz comunica tal luz al alma, que desde ahora no sólo hace
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