(262) “Si tú supieras qué bien contiene en sí la cruz, cómo vuelve preciosa al alma, qué
gema de inestimable valor adquiere quien tiene el bien de poseer los sufrimientos, basta decirte
solamente que viniendo a la tierra no escogí las riquezas, los placeres, sino que tuve como
amadas e íntimas hermanas a la cruz, a la pobreza, a los sufrimientos e ignominias”.
(263) Mientras así decía, mostraba un gusto tal, una alegría por el sufrimiento, que esas
palabras me traspasaban el corazón como tantos dardos ardientes, tanto que me sentía faltar la
vida si el Señor no me concedía el sufrir, y con toda la fuerza y la voz que tenía no hacía otra
cosa que decirle: “Esposo Santo, dame el sufrir, dame las cruces, sólo con esto conoceré que
me amas, si me contentas con las cruces y con los sufrimientos”. Y entonces tomaba una de
aquellas cruces más grandes que veía, me ponía sobre ella y rogaba a Jesús que viniera a
crucificarme, y Él se complacía en tomar mi mano y comenzaba a traspasarla con el clavo, de
vez en cuando el bendito Jesús me preguntaba:
(264) “Qué, ¿te duele mucho? ¿Quieres que no continúe?”
(265) Y yo: “No, no, amado mío, continúa, me duele, sí, pero estoy contenta”. Y tenía tal
temor que no terminara de crucificarme, que no hacía otra cosa que decirle: “Hazlo pronto, oh
Jesús, hazlo pronto, no tardes tanto”. Pero qué, cuando tenía que clavar la otra mano, los brazos
de la cruz se encontraban cortos, mientras que antes me habían parecido suficientes para poder
crucificarme. ¿Quién puede decir cómo quedaba mortificada? Esto se repetía en muchas
ocasiones, y a veces si los brazos de la cruz eran adecuados, la largura del asta no alcanzaba
para poder distender los pies, en una palabra, faltaba siempre alguna cosa para no poderse
cumplir del todo la crucifixión. ¿Quién puede decir la amargura de mi alma y los lamentos que
hacía con Nuestro Señor porque no me concedía el verdadero sufrir? Le decía: “Amado mío,
todo termina en burla, me decías que querías llevarme al Cielo, y luego de nuevo me hacías
volver a la tierra, me dices que quieres crucificarme, y jamás llegamos a la completa crucifixión”.
Y Jesús de nuevo me prometía que me iba a crucificar.
+ + +
1-2
Septiembre 14, 1899
(1) Una mañana, era el día de la exaltación de la cruz, mi dulce Jesús me transportó a los
lugares santos, pero antes me dijo tantas cosas de la virtud de la cruz, no lo recuerdo todo,
apenas alguna cosa:
(2) “Amada mía, ¿quieres ser bella? La cruz te dará los rasgos más bellos que se puedan
encontrar tanto en el Cielo como en la tierra, tanto, de enamorar a Dios que contiene en Sí todas
las bellezas”.
(3) Y continuaba Jesús: “¿Quieres tú estar llena de inmensas riquezas, no por breve tiempo
sino por toda la eternidad? Pues bien, la cruz te suministrará todas las especies de riquezas,
desde los más pequeños centavos, como son las pequeñas cruces, hasta las sumas más
grandes, que son las cruces más pesadas, sin embargo los hombres que son tan ávidos por
ganar dinero temporal, que pronto deberán dejar, no se preocupan por adquirir un centavo
eterno, y cuando Yo, teniendo compasión de ellos, viendo su despreocupación por todo lo que
se refiere a lo eterno, benignamente les llevo la ocasión, en vez de tomarlo a bien se indignan y
me ofenden, ¡qué locura humana, parece que la entienden al revés! Amada mía, en la cruz están
todos los triunfos, todas las victorias y las más grandes adquisiciones, para ti no debe haber otra
mira más que la cruz, y esta te bastará por todo. Hoy quiero contentarte, aquella cruz que hasta
ahora no bastaba para poderte extender y crucificarte completamente, es la cruz que tú has
llevado hasta ahora, por tanto, debiéndote crucificar completamente, tienes necesidad de que
haga descender nuevas cruces sobre ti, entonces aquella cruz que hasta ahora has llevado me
44 sig