permanecido si no hubiera sido por Jesús que me animó para ir a su presencia, tanta era la luz,
la Santidad de Dios. Sólo digo esto, las otras cosas las dejo porque las recuerdo confusamente.
(236) Después de esto, recuerdo que pasaron pocos días, y al recibir la Comunión perdí los
sentidos y vi a la Santísima Trinidad que había visto en el Cielo presente ante mí, enseguida me
postré ante su presencia, la adoré, confesé mi nada. Recuerdo que me sentía tan abismada en
mí misma que no me atrevía a decir una sola palabra, cuando una voz salió de en medio de
Ellos y dijo:
(237) “No temas, date ánimo, hemos venido para confirmarte como nuestra y tomar
posesión de tu corazón”.
(238) Mientras esta voz así decía, vi que la Santísima Trinidad descendió en mi corazón y
se posesionaron de él y ahí formaron su sede. ¿Quién puede decir el cambio que sucedió en
mí? Me sentía divinizada, no más vivía yo sino Ellos vivían en mí. A mí me parecía que mi cuerpo
fuera como una habitación, y que dentro habitase el Dios viviente, porque yo sentía la presencia
real sensiblemente en mi interior, oía su voz clara que salía de dentro de mi interior y resonaba
en los oídos del cuerpo. Sucedía precisamente como cuando hay gente dentro de una
habitación, que hablan y sus voces se oyen claras y distintas aun desde fuera.
(239) Desde entonces no tuve más la necesidad de ir en su busca a otros lugares para
encontrarlo, sino que lo encontraba dentro de mi corazón. Y cuando algunas veces se ocultaba
y yo he ido en busca de Jesús girando por el cielo y por la tierra, buscando a mi sumo y único
Bien, mientras me encontraba en la hoguera de las lágrimas, en la intensidad de los deseos, en
las penas inenarrables por haberlo perdido, Jesús salía de dentro de mi interior y me decía:
(240) “Estoy aquí contigo, no me busques en otra parte”.
(241) Yo, entre el asombro y el contento de haberlo encontrado le decía: “Mi Jesús, ¿cómo
toda esta mañana me has hecho tanto girar y girar para encontrarte y estabas aquí? Me lo
podrías haber dicho, así no me hubiera afanado tanto. Dulce Bien mío, amada Vida mía, mira
como estoy cansada, no tengo más fuerzas, me siento desfallecer, ah, sostenme entre tus
brazos porque me siento morir. Y Jesús me tomaba entre sus brazos y me hacía reposar, y
mientras reposaba me sentía restituir las fuerzas perdidas.
(242) Otras veces, en este ocultamiento que Jesús hacía y yo que iba en busca de Él,
cuando se hacía oír dentro de mí y que después salía de dentro de mí no sólo Jesús, sino las
Tres Divinas Personas, las encontraba ahora en forma de tres niños graciosos y sumamente
bellos, ahora un solo cuerpo y tres cabezas distintas, pero de una misma semejanza, las tres
igual de atractivas. ¿Quién puede decir mi contento? Especialmente cuando veía a los tres niños
y que yo los contenía a los tres entre mis brazos, ahora besaba a uno, ahora al otro, y Ellos me
besaban a mí, ahora uno se apoyaba en un hombro mío y otro en el otro y uno me quedaba de
frente, y mientras me gozaba en ellos, con gran asombro hacía por mirar, y de tres encontraba
a uno sólo.
(243) Otra cosa que me maravillaba cuando me encontraba a estos tres niños era que lo
mismo pesaba uno que los tres juntos. Tanto amor sentía yo por uno de estos niños como por
los tres, y los tres me atraían del mismo modo.
(244) Para terminar de hablar de estos desposorios, tuve que pasar por alto algunas cosas
para seguir el hilo, pero ahora me dispongo a decirlas.
Desposorio de la cruz. Le habla de este desposorio y narra las crucifixiones que sufrió.
(245) Regresando al principio, cuando Jesús se dignaba venir, frecuentemente me hablaba
de su Pasión y ponía atención a disponer mi alma a la imitación de su Vida y de sus penas,
diciéndome que además del desposorio ya descrito quedaba otro por hacer, y este era el
desposorio de la cruz. Recuerdo que me decía:
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