pero no ya en la tierra como la primera vez, sino en el Cielo ante la presencia de toda la corte
Celestial, así que estuviese preparada para una gracia tan grande. Yo hice cuanto más pude
para disponerme, pero qué, siendo yo tan miserable e insuficiente para hacer ninguna sombra
de bien, se necesitaba la mano del Artífice Divino para disponerme, porque por mí jamás habría
logrado purificar mi alma.
(225) Una mañana, era la víspera de la natividad de María Santísima, mi siempre benigno
Jesús vino Él mismo a disponerme. No hacía más que ir y venir continuamente, ahora me
hablaba de la fe y me dejaba, yo me sentía infundir en el alma una vida de fe, mi alma, tosca
como la sentía antes, ahora, después del hablar de Jesús me la sentía ligerísima, en modo de
penetrar en Dios, y ahora miraba la Potencia, ahora la Santidad, ahora la Bondad y demás, y mi
alma quedaba estupefacta, en un mar de asombro y decía: “Potente Dios, ¿qué potencia ante
Ti no queda deshecha? Santidad inmensa de Dios, ¿qué otra santidad por cuán sublime sea,
osará comparecer ante tu presencia?” Después me sentía descender en mí misma y veía mi
nada, la nulidad de las cosas terrenas, como todo es nada delante de Dios. Yo me veía como
un pequeño gusano todo lleno de polvo que me arrastraba para dar algún paso, y que para
destruirme no se necesitaba sino que alguien me pusiera el pie encima, y con eso quedaba
deshecha. Entonces, viéndome tan fea, casi no me atrevía a ir ante Dios, pero ante mi mente se
presentaba su bondad, y me sentía atraída como por un imán para ir hacia Él y decía entre mí:
“Si es Santo, también es Misericordioso; si es Potente, contiene también en Sí plena y suma
Bondad”. Me parecía que la bondad lo circundaba por fuera, y lo inundaba por dentro. Cuando
miraba la Bondad de Dios me parecía que sobrepasaba a todos los demás atributos, pero
después mirando los demás, los veía todos iguales en sí mismos, inmensos, inconmensurables
e incomprensibles a la naturaleza humana. Mientras mi alma estaba en este estado, Jesús
regresaba y hablaba de la Esperanza.
(226) Recuerdo algo confusamente, porque después de tanto tiempo es imposible recordar
claramente, pero para cumplir la obediencia que así quiere, diré por cuanto pueda.
(227) Entonces decía Jesús, regresando a la fe: “Para obtenerla se necesita creer. Así como
a la cabeza sin la vista de los ojos todo es tinieblas, todo es confusión, tanto que si quisiera
caminar, ahora caería en un punto, ahora en otro y terminaría con precipitarse del todo, así el
alma sin fe, no hace otra cosa que ir de precipicio en precipicio, porque la fe sirve de vista al
alma y como luz que la guía a la vida eterna. Ahora, ¿de qué es alimentada esta luz de la fe?
Por la esperanza. ¿Y de que sustancia es esta luz de la fe y este alimento de la esperanza? La
caridad. Estas tres virtudes están injertadas entre ellas, de modo que una no puede estar sin la
otra”.
(228) En efecto, ¿de qué le sirve al hombre creer en las inmensas riquezas de la fe si no
las espera para él? Las verá, sí, pero con mirada indiferente porque sabe que no son suyas,
pero la esperanza suministra las alas a la luz de la fe, y esperando en los méritos de Jesucristo
las mira como suyas y viene a amarlas.
(229) “La esperanza”. Decía Jesús, “suministra al alma una vestidura de fuerza, casi de
hierro, de modo que todos los enemigos con sus flechas no pueden herirla, y no sólo herirla,
sino que ni siquiera causarle la mínima molestia. Todo es tranquilidad en ella, todo es paz. ¡Oh!
Es bello ver a esta alma investida por la esperanza, toda apoyada en su amado, toda
desconfiada de sí, y toda confiada en Dios; desafía a los enemigos más fieros, es reina de sus
pasiones, regula todo su interior, sus inclinaciones, los deseos, los latidos, los pensamientos,
con una maestría tal, que Jesús mismo queda enamorado porque ve que esta alma obra con tal
coraje y fortaleza; pero ella los toma y lo espera todo de Él, tanto que Jesús viendo esta firme
esperanza, nada sabe negar a esta alma”.
(230) Ahora, mientras Jesús hablaba de la esperanza, se retiraba un poco, dejándome una
luz en la inteligencia. ¿Quién puede decir lo que comprendía sobre la esperanza? Si las otras
virtudes, todas sirven para embellecer al alma, pero nos pueden hacer vacilar y volvernos