obediencia hacía cuanto más podía para no pensar en eso, porque mi interior era una continua
jaculatoria de deseos de quererme ir. Así, en gran parte mi corazón se tranquilizó, pero no del
todo. Confieso la verdad, mucho falté en esto, ¿pero qué podía hacer? No sabía frenarme, para
mí era un verdadero martirio. Mi benigno Jesús me decía:
(217) “Cálmate, ¿cuál es la cosa que tanto te hace desear el Cielo?”
(218) Y yo le decía: “Porque quiero estar siempre unida Contigo, mi alma no resiste más
estar separada de Ti, no sólo por un día, ni siquiera por un momento, por eso a cualquier costo
quiero irme”.
(219) “Pues bien”. Me decía. “Si es por Mí te quiero contentar, vendré a estarme contigo”.
(220) Yo le decía: “Pero luego me dejas y yo te pierdo de vista, en cambio en el Cielo no es
así, allá jamás te perderé de vista”.
(221) A veces también Jesús quería bromear, y he aquí cómo: Mientras estaba con estas
ansias, venía todo de prisa y me decía: “¿Quieres venir?” Y yo le decía: “¿adónde?” Y Él: “Al
Cielo”. Y yo: “¿Me lo dices de verdad?” Y Él: “Apresúrate, ven, no tardes”. Y yo: “Está bien,
vayamos, pero temo que quieres bromear conmigo”. Y Jesús: “No, no, de verdad quiero llevarte
Conmigo”. Y mientras así decía sentía salir mi alma del cuerpo, y junto con Jesús tomaba el
vuelo al Cielo. ¡Oh, cómo me sentía contenta entonces creyendo que debía dejar la tierra, la
vida me parecía un sueño, el sufrir poquísimo! Mientras llegábamos a un punto alto del Cielo oía
el canto de los bienaventurados, yo apresuraba a Jesús a que me introdujera en esa
bienaventurada morada, pero Jesús lo tomaba con calma. En mi interior comenzaba a sospechar
que no era cierto y decía: “¿Quién sabe si no es una broma que me ha hecho?” De vez en
cuando le decía: “Jesús mío, amado, hazlo pronto”. Y Él me decía: “Espera otro poco,
descendamos otra vez a la tierra, mira, ahí está por perderse un pecador, vayamos, tal vez se
convierta. Pidamos juntos al Eterno Padre que tenga misericordia de él. ¿No quieres tú que se
salve? ¿No estás dispuesta a sufrir cualquier pena por la salvación de una sola alma?” Y yo: “Sí,
cualquier cosa que Tú quieras que sufra, estoy dispuesta, con tal de que la salves”. Así íbamos
a ese pecador, tratábamos de convencerlo, poníamos ante su mente las más poderosas razones
para rendirlo, pero en vano. Entonces Jesús todo afligido me decía: “Esposa mía, vuelve otra
vez a tu cuerpo, toma sobre ti las penas que le son merecidas, así la Divina Justicia, aplacada,
podrá usar con él misericordia. Tú has visto, las palabras no lo han sacudido, ni siquiera las
razones, no queda otra cosa que las penas, que son los medios más poderosos para satisfacer
a la Justicia y para rendir al pecador”. Así me llevaba de nuevo al cuerpo. ¿Quién puede decir
los sufrimientos que me venían? Lo sabe sólo el Señor que de ellos era testigo. Después de
algunos días me hacía ver aquella alma convertida y salvada, oh, como estaba contento Jesús
y yo también.
(222) ¿Quién puede decir cuántas veces Jesús ha hecho estos juegos? Cuando se llegaba
al punto de entrar al Cielo, y a veces aun después de haber entrado, ahora decía que no tenía
la obediencia del confesor, y por eso era conveniente volver a la tierra, y yo le decía: “Mientras
he estado con el confesor estaba obligada a obedecerlo, pero ahora que estoy Contigo, debo
obedecerte a Ti, porque Tú eres el primero de todos. Y Jesús me decía: “No, no, quiero que
obedezcas al confesor”. Entonces, para no alargarme demasiado, ahora por un pretexto, ahora
por otro, me hacía regresar a la tierra.
(223) Muy dolorosos me resultaban estos juegos, basta decir que me hice tan impertinente,
que el Señor para castigar mis impertinencias no permitía tan frecuentemente estas bromas.
Renovación del desposorio. Desposorio ante la Santísima Trinidad.
La instruye sobre la Fe, la Esperanza y la Caridad.
(224) En este estado que he mencionado, pasé cerca de tres años, y continuaba estando
en la cama. Cuando una mañana Jesús me hizo entender que quería renovar el desposorio,
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