del sacerdote, se veían aquellas manos que goteaban podredumbre, sangre, o bien estaban
sucias de fango. ¡Oh! Cómo daba compasión el estado de Jesús, tan santo, tan puro, en aquellas
manos que daban horror el sólo mirarlas, parecía que Jesús quería huir de aquellas manos, pero
era obligado a permanecer hasta que se consumían las especies del pan y del vino. A veces,
mientras permanecía ahí, con el sacerdote, al mismo tiempo se venía apresuradamente a mí y
se lamentaba, y antes de que yo se lo dijera, Él mismo me decía:
(201) “Hija, déjame derramar en ti, porque no puedo más, ten compasión de mi estado que
es demasiado doloroso, ten paciencia, suframos juntos”.
(202) Y mientras esto decía derramaba de su boca en la mía, ¿pero quién puede decir lo
que derramaba? Parecía un veneno amargo, una podredumbre hedionda, mezclada con un
alimento tan duro, repugnante y nauseante, que a veces no podía yo tragar, ¿quién puede decir
los sufrimientos que me producía este derramar de Jesús? Si Él mismo no me hubiese
sostenido, ciertamente habría muerto víctima de ello; sin embargo sólo derramaba en mí la
mínima parte, ¿qué será de Jesús que contiene tanto y tanto? ¡Oh, como es feo el pecado! ¡Ah!
Señor, hazlo conocer a todos, a fin de que todos huyan de este monstruo tan horrible; pero
mientras veía estas escenas tan dolorosas, otras veces me hacía ver también escenas tan
consoladoras y bellas, que raptaban, y éstas eran ver a buenos y santos sacerdotes que
celebraban los Sacrosantos Misterios. ¡Oh Dios, como es alto, grande, sublime su ministerio!
Cómo era bello ver al sacerdote que celebraba la misa y a Jesús transformado en él, parecía
que no el sacerdote, sino que Jesús mismo celebraba el Divino Sacrificio, y a veces hacía
desaparecer del todo al sacerdote y Jesús solo celebraba la misa y yo la escuchaba, ¡oh, cómo
era conmovedor ver a Jesús recitar aquellas oraciones, hacer todas aquellas ceremonias y
movimientos que hace el sacerdote! ¿Quién puede decir cuán consolador me resultaba ver estas
misas junto con Jesús? ¡Cuántas gracias recibía, cuántas luces, cuántas cosas comprendía!
Pero como son cosas pasadas y no las recuerdo claramente, por eso las paso en silencio.
(203) Pero mientras esto decía, Jesús se ha movido en mi interior, me ha llamado, y no
quiere que deje esto en silencio. ¡Ah, Señor, cuánta paciencia se necesita Contigo! Pues bien,
te contentaré. ¡Oh! Dulce amor, diré alguna pequeña cosa, pero dame tu gracia para poder
manifestarlo, porque por mí no me atrevería a poner ni una palabra sobre misterios tan profundos
y sublimes.
La Santa Misa. Qué cosa es la Misa.
(204) Ahora, mientras veía a Jesús o al sacerdote que celebraba el Divino Sacrificio, Jesús
me hacía entender que en la misa está todo el fundamento de nuestra sacrosanta religión. ¡Ah!
Sí, la misa nos dice todo y nos habla de todo. La misa nos recuerda nuestra Redención, nos
habla detalladamente de las penas que Jesús sufrió por nosotros, nos manifiesta también su
Amor inmenso que no estuvo contento con morir sobre la cruz, sino que quiso continuar el estado
de víctima en la Santísima Eucaristía. La misa nos dice también que nuestros cuerpos
deshechos, reducidos a cenizas por la muerte, resurgirán en el día del juicio junto con Cristo a
vida inmortal y gloriosa. Jesús me hacía comprender que la cosa más consoladora para un
cristiano y los misterios más altos y sublimes de nuestra santa religión son: Jesús en el
Sacramento y la resurrección de nuestros cuerpos a la gloria. Son misterios profundos que los
comprenderemos sólo más allá de las estrellas. Pero Jesús en el Sacramento nos lo hace casi
tocar con la mano en varios modos: En primer lugar su Resurrección, en segundo su estado de
aniquilamiento bajo de aquellas especies, pero también es cierto que está en ellas vivo y
verdadero, pero consumidas esas especies su real presencia no existe más; después,
consagradas las especies de nuevo, Jesús adquiere nuevamente su estado Sacramental. Así,
Jesús en el Sacramento nos recuerda la resurrección de nuestros cuerpos a la gloria, y así como
Jesús, cesando su estado Sacramentado reside en el seno de Dios, su Padre, así nosotros,