a mi amado Jesús le decía: “Voy con el confesor, pero Tú mi buen Jesús, vuelve pronto en
cuanto el confesor se vaya”.
(155) Estos son los dos modos con los cuales el alma parecía que saliese del cuerpo, y en
estos dos modos de salir el alma, Dios me habla. Este modo de hablar, Él mismo lo llama hablar
intelectual. Trataré de explicarlo: El alma salida del cuerpo y encontrándose delante a Jesús, no
tiene necesidad de palabras para entender lo que el Señor le quiere decir, ni el alma tiene
necesidad de hablar para hacerse entender, sino que todo es por medio del intelecto, ¡oh, qué
bien nos entendemos cuando nos encontramos juntos! De una luz que de Jesús me viene a la
inteligencia, siento imprimir en mí todo lo que mi Jesús quiere hacerme entender. Este modo es
muy alto y sublime, tanto que la naturaleza difícilmente sabe explicarlo con palabras, apenas
puede decir alguna idea, este modo en que Jesús se hace entender es rapidísimo, en un simple
instante se aprenden muchas más cosas sublimes que leyendo libros enteros. ¡Oh, qué maestro
ingeniosísimo es Jesús, que en un simple instante enseña muchas cosas, mientras que
cualquier otro necesitaría años enteros, si es que lo logra, porque el maestro terreno no tiene
potencia para poder atraer la voluntad del discípulo, ni de poderle infundir en la mente sin
esfuerzos ni fatigas lo que le quiere enseñar, pero con Jesús no es así, tanta es su dulzura, la
amabilidad de su trato, la suavidad de su hablar, y además es tan bello, que el alma apenas lo
ve se siente tan atraída, que a veces es tanta la velocidad con la que corre al lado de Jesús,
que casi sin advertirlo se encuentra transformada en el objeto amado, de modo que el alma no
sabe discernir más su ser terreno, tanto queda identificada con el Ser Divino. ¿Quién puede
decir lo que el alma experimenta en este estado? Se necesitaría a Jesús mismo, o bien a un
alma separada perfectamente del cuerpo, porque el alma encontrándose otra vez circundada
por los muros de este cuerpo, y perdiendo esa luz que antes la tenía abismada, mucho pierde y
queda oscurecida, de tal modo que si quisiera decir algo, lo diría burdamente. Para dar una idea
digo que me imagino a un ciego de nacimiento, que nunca ha tenido el bien de ver lo que hay
en el universo entero, y que por pocos minutos tuviese el bien de abrir los ojos a la luz, y pudiese
ver todo lo que contiene el mundo: el sol, el cielo, el mar, las tantas ciudades, las tantas
máquinas, las variedades de las flores y las tantas otras cosas que hay en el mundo, y después
de aquellos pocos minutos de luz, volviera a la ceguera de antes. ¿Podría él decir claramente
todo lo que ha visto? Solamente podría hacer un esbozo, decir alguna cosa confusamente. Esto
es una semejanza de lo que sucede cuando el alma se encuentra separada, y después en el
cuerpo, no sé si digo desatinos; así como a aquel pobre ciego le quedaría la pena de la pérdida
de la vista, así el alma, vive gimiendo y casi en un estado violento, porque el alma se siente
violentada siempre hacia el sumo Bien, es tanta la atracción que Jesús deja en el alma de Sí,
que el alma quisiera estar siempre abstraída en su Dios, pero esto no puede ser, y por eso se
vive como si se viviese en el purgatorio. Agrego que el alma no tiene nada de lo suyo en este
estado, todo es operación que hace el Señor.
(156) Ahora trataré de explicar el segundo modo que tiene Jesús para hablar, y es que el
alma encontrándose fuera de sí misma ve la persona de Jesucristo, como por ejemplo de niño,
o crucificado, o en cualquier otro aspecto, y el alma ve que el Señor con su boca pronuncia las
palabras y el alma con su boca responde, a veces sucede que el alma se pone a conversar con
Jesús como harían dos íntimos esposos. Si bien el hablar de Jesús es poquísimo, apenas cuatro
o cinco palabras y a veces aun una sola, rarísimas veces se extiende más, pero en ese
poquísimo hablar, ¡ah, cuánta luz pone en el alma! Me parece ver a primera vista un pequeño
arroyo, pero viendo bien, en vez de un arroyo se ve un vastísimo mar, así es una sola palabra
dicha por Jesús, es tanta la inmensidad de la luz que queda en el alma, que rumiándola muy
bien descubre tantas cosas sublimes y provechosas a su alma, que queda asombrada.
(157) Yo creo que si se juntaran todos los sabios, quedarían todos confundidos y mudos
ante una sola palabra de Jesús. Ahora, este modo es más accesible a la naturaleza humana, y
fácilmente se sabe manifestar, porque el alma entrando en sí misma se lleva consigo lo que ha
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