(142) Después sucedió que pasé cerca de otro año con este confesor, en el mismo estado
dicho arriba, pero como sabía de donde provenía ese estado de sufrimiento, me decía que
cuando Jesucristo quisiera que me vinieran los sufrimientos, fuera a pedirle a él la obediencia
para sufrir. Recuerdo que una mañana después de la comunión el Señor me dijo:
(143) “Hija, son tantas las iniquidades que se cometen, que la balanza de mi Justicia está
por desbordarse. Has de saber que pesados flagelos haré caer sobre los hombres,
especialmente una feroz guerra en la cual haré masacre de la carne humana”. “Ah sí”, prosiguió
casi llorando, “Yo he dado los cuerpos a los hombres a fin de que fueran tantos santuarios donde
debía ir a deleitarme, pero los han cambiado en cloacas de inmundicias, y es tanta la peste que
me obligan a estar lejos de ellos. Ve la recompensa que recibo ante tanto amor y tantas penas
que he sufrido por ellos. ¿Quién ha sido tratado como Yo? Ah, ninguno, ¿pero quién es la causa?
Es el tanto amor que les tengo. Por eso probaré con los castigos”.
(144) Yo me sentía romper el corazón por el dolor, me parecía que eran tantas las ofensas
que le hacían, que para huir quería esconderse en mí, como para encontrar refugio. Sentía
también tal pena porque los hombres debían ser castigados, que me parecía que no ellos, sino
yo misma debía sufrir, más bien me parecía que si yo hubiese podido, me habría sido más
soportable sufrir yo todos aquellos castigos, antes que ver sufrir a los demás.
(145) Traté de compadecerlo cuanto más pude y con todo el corazón le dije: “Oh Esposo
Santo, evita los flagelos que tu Justicia tiene preparados, si la multiplicidad de las iniquidades
de los hombres es grande, está el mar inmenso de tu sangre donde, puedes sepultarlas, y así
tu Justicia quedará satisfecha. Si no tienes donde ir para deleitarte, ven en mí, te doy todo mi
corazón, para que reposes, y te deleites con él, es verdad que también yo soy un lugar inmundo
de vicios, pero Tú me puedes purificar y hacerme como Tú me quieres. Pero aplácate, si es
necesario el sacrificio de mi vida, ah, de buena gana lo haré con tal de ver a tus mismas
imágenes libradas”. Y el Señor interrumpiendo mi hablar continuó diciéndome:
(146) “Precisamente esto es lo que quiero, si tú te ofreces a sufrir, no ya como hasta ahora,
de vez en cuando, sino continuamente, cada día y por un corto tiempo, Yo libraré a los hombres.
Mira como lo haré, te pondré entre mi Justicia y las iniquidades de las criaturas, y cuando mi
Justicia se vea llena de las iniquidades, de modo que no pueda contenerlas y se vea obligada a
mandar los flagelos para castigar a las criaturas, encontrándote tú en medio, en vez de
golpearlos a ellos quedarás golpeada tú. Sólo de este modo podré contentarte en librar a los
hombres, de otro modo, no”.
(147) Yo quedé toda confundida, y no sabía qué decirle, mi naturaleza hacía su parte, se
espantaba y temblaba, pero veía a mi buen Jesús que esperaba una respuesta, si aceptaba o
no, entonces viéndome casi obligada a hablar le dije: “Oh Divinísimo Esposo mío, por parte mía
estaría pronta a aceptar, pero cómo se arreglará por parte del confesor, si no quiere venir de
vez en cuando, cómo será posible que quiera venir todos los días; libérame de esta cruz de
necesitar al confesor para liberarme, y entonces todo quedará arreglado entre Tú y yo”. Entonces
el Señor me dijo:
(148) “Ve con el confesor y pídele la obediencia, si quiere le dirás todo lo que te he dicho y
harás lo que él diga. Mira, no será solamente para bien de las criaturas por lo que quiero estos
sufrimientos continuos, sino también para tu bien, en este estado de sufrimientos purificaré muy
bien tu alma, de modo de disponerte a formar Conmigo un místico desposorio, y después de
esto haré la última transformación, de modo que los dos seremos como dos velas que puestas
en el fuego, una se transforma en la otra y se forma una sola, así transformaré a Mí en ti, y tú
quedarás crucificada Conmigo. Ah, ¿no estarías contenta si pudieras decir: “El Esposo
crucificado, pero también la esposa está crucificada? Ah sí, no hay ninguna cosa que me haga
desemejante de Él”.
(149) Entonces, cuando pude hablar con el confesor le dije todo lo que el Señor me había
dicho, y como aquella palabra que el Señor me dijo: “Por un cierto tiempo”, sin decirme el tiempo
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