familia ha sufrido mucho, especialmente mi pobre mamá, cuántas lágrimas ha derramado por
mí. ¡Ah! Señor, recompénsala Tú. ¡Oh mi buen Señor, cuánto he sufrido desde entonces, sólo
Tú sabes todo!
(129) Quién puede decir cuán amargo me resultó este hecho, que para liberarme de ese
estado de sufrimientos se necesitaba al sacerdote ¡Cuántas veces he pedido derramando
lágrimas amarguísimas, que me libere de esto! Muchas veces hice positivas resistencias al
Señor cuando Él quería que me ofreciera como víctima, y aceptara las penas, y le decía: “Señor,
prométeme que Tú mismo me liberarás, y entonces acepto todo, de otra manera no, no quiero
aceptar”. Y resistía el primer día, el segundo, el tercero, ¿pero quién puede resistir a Dios? Me
insistía tanto que al fin me veía obligada a someterme a la cruz. Otras veces le decía de corazón
y con confianza: “Señor, ¿cómo es que haces esto? ¿Cómo es que entre Tú y yo, has querido
poner a un tercero? Y este tercero no quiere prestarse. Mira, podríamos estar muy contentos Tú
y yo solos. Cuando me querías para sufrir, yo inmediatamente aceptaba, porque sabía que Tú
mismo me debías liberar, pero ahora no, se necesita otra mano, Te ruego, libérame, pues así
estaremos ambos más contentos”.
(130) A veces fingía no escucharme y no me decía nada, otras veces me decía:
(131) “No temas, Yo soy quien da las tinieblas y la luz, vendrá el tiempo de la luz, es mi
costumbre que mis obras las manifiesto por medio de los sacerdotes”.
(132) Así pasé tres o cuatro años de estas contradicciones por parte de los sacerdotes,
muchas veces me sujetaban a pruebas durísimas, llegaban a dejarme en ese estado de
sufrimientos, esto es petrificada, incapaz de cualquier mínimo movimiento, ni siquiera de poder
tomar una gota de agua, hasta dieciocho días cuando así lo querían. Sólo el Señor sabe lo que
yo pasaba en ese estado, y luego cuando venían no tenía ni siquiera el bien de oír: “Ten
paciencia, haz la Voluntad de Dios”. Sino que era reprendida como una caprichosa y
desobediente. ¡Oh Dios, qué pena!, cuántas lágrimas he derramado; cuántas veces pensaba
que era desobediente y decía entre mí: “Cómo esa virtud de la obediencia que para el Señor es
la más agradable está tan lejana de mí, ¿qué cosa puede hacer y esperar de bien un alma
desobediente?” Muchas veces me lamentaba con Nuestro Señor y a veces llegaba hasta
resentirme, y cuando Él quería que aceptara los sufrimientos, yo resistía cuanto más podía. Pero
el Señor cuando veía que empezaba a resistir hacía ver que no me ponía atención y no me
decía nada más, y luego de improviso venía a sorprenderme. Lo que después decía el confesor
es porque no quería que cayera en aquel estado, pero esto no estaba en mi poder, es verdad
que he sido desobediente, y que jamás he sido buena para nada. Pero recuerdo también que la
pena más dolorosa para mí era el no poder obedecer.
(133) En este periodo de tiempo, recuerdo que hubo una epidemia de cólera, y que un día
que pedía a mi buen Jesús que hiciera cesar ese flagelo, Él me dijo:
(134) “Te contentaré con tal que aceptes ofrecerte a sufrir lo que Yo quiera”.
(135) Yo le dije: “Señor, no, no puedo, Tú sabes como la piensan, a menos que todo pase
sólo entre Tú y yo, sólo así estaría dispuesta a aceptar todo”.
(136) Y Él me dijo: “Hija mía, si Yo hubiera pensado en lo que los hombres pensaban y en
lo que querían hacer de Mí, no habría hecho la Redención del género humano, pero yo tenía mi
mirada fija en su salvación, y el amor grande que me devoraba me hacía hacer que cuando veía
personas que pensaban mal de Mí y que daban ocasión de hacerme sufrir más, Yo ofrecía esas
mismas penas que ellos me daban por su misma salvación. ¿Te has olvidado que lo que quiero
de ti es la imitación de mi Vida, y que quiero que participes en todo lo que sufrí? ¿No sabes tú
que el acto más bello, más heroico, y más agradable a Mí y que debes ofrecerme, es el de
ofrecerte por aquellos mismos que te son contrarios?”.
(137) Yo quedé muda, no supe qué responderle, acepté todo lo que el Señor quería, y así
hasta la tarde fui sorprendida por ese estado de sufrimientos en el que estuve tres días
continuos, y después que volví en mí no oí más que hubiera cólera.
24 sig