quedé sola con mi Jesús. Traté de compadecerlo pero no me atrevía a decirle nada, y Él
rompiendo el silencio me dijo:
(114) “Todo lo que tú has visto es nada en comparación de las ofensas que continuamente
me hacen, es tanta su ceguera, el entregarse a las cosas terrenas, que llegan a volverse no sólo
crueles enemigos míos, sino también de ellos mismos, y como sus ojos están fijos en el fango,
por eso llegan a despreciar lo eterno. ¿Quién me reparará por tanta ingratitud? ¿Quién tendrá
compasión de tanta gente que me cuesta sangre y que vive casi sepultada en la mugre de las
cosas terrenas? Ah, ven y reza, llora junto Conmigo por tantos ciegos que son todo ojos para
todo lo que sabe a tierra, y desprecian y pisotean mis gracias bajo sus inmundos pies, como si
éstas fueran fango. Ah, elévate sobre todo lo que es tierra, aborrece y desprecia todo lo que a
Mí no pertenece, no te importen las burlas que recibas de la familia después de que me has
visto sufrir tanto, sólo te importe mi honor, las ofensas que continuamente me hacen y la pérdida
de tantas almas. Ah, no me dejes solo en medio de tantas penas que me destrozan el corazón,
todo lo que tú sufres ahora es poco en comparación con las penas que sufrirás, ¿no te he dicho
siempre que lo que quiero de ti es la imitación de mi Vida? Mira cuán desemejante eres de Mí,
por eso ánimo y no temas”.
(115) Después de esto volví en mí misma y me di cuenta que estaba rodeada por la familia,
todos lloraban y estaban alarmados y tenían tal temor de que se repitiera ese estado, pensando
que moriría, que decidieron volver a Corato lo más pronto posible para hacerme observar por
los médicos. No sé decir por qué sentía tanta pena al pensar que debía ser examinada por los
médicos, muchas veces lloraba y me lamentaba con el Señor diciéndole: “Cuántas veces, oh
Señor, te he rogado que me hagas sufrir ocultamente, esto era mi único contento, y ahora
también de esto estoy privada. ¡Ah! Dime, ¿cómo haré? Sólo Tú puedes ayudarme y consolarme
en mi aflicción, ¿no ves tantas cosas que dicen? Unos piensan de un modo y otros de otro, quien
quiere aplicarme un remedio y quien otro, son todo ojos sobre mí, de modo que no tengo más
paz. Ah, socórreme en tantas penas, porque me siento faltar la vida”. Y el Señor benignamente
agregó:
(116) “No quieras afligirte por esto, lo que quiero de ti es que te abandones como muerta
entre mis brazos. Hasta en tanto tú tengas los ojos abiertos para ver lo que Yo hago y lo que
hacen y dicen las criaturas, Yo no puedo libremente obrar sobre ti. ¿No quieres fiarte de Mí?
¿No sabes cuánto te amo y que todo lo que permito, o por medio de las criaturas o por medio
de los demonios, o por medio mío directamente, es para tu verdadero bien y no sirve para otra
cosa que para conducir a tu alma al estado para el cual la he elegido? Por eso quiero que a ojos
cerrados te estés entre mis brazos, sin mirar ni investigar esto o aquello, fiándote enteramente
de Mí y dejándome obrar libremente. Si en cambio quieres hacer lo contrario, perderás tiempo
y llegarás a lo opuesto de lo que quiero hacer de ti. Respecto a las criaturas usa un profundo
silencio, sé benigna y dócil con todos, haz que tu vida, tu respiro, tus pensamientos y afectos,
sean continuos actos de reparación que aplaquen mi Justicia, ofreciéndome también las
molestias que te dan las criaturas, que no serán pocas”.
(117) Después de esto hice cuanto más pude para resignarme a la Voluntad de Dios, si
bien muchas veces era puesta en tales aprietos por parte de las criaturas, que a veces no hacía
otra cosa que llorar. Llegó el momento de recibir la visita del médico, y juzgó que mi estado no
era otra cosa que un problema nervioso, por lo que recetó medicinas, distracciones, paseos,
baños fríos, recomendó a la familia que me cuidaran bien cuando era sorprendida por aquel
estado, porque, les decía, si la mueven, la pueden lastimar en vez de ayudarla, porque yo
cuando era sorprendida por ese estado quedaba petrificada.
(118) Entonces empezó una guerra por parte de la familia, me impedían ir a la iglesia, no
me daban ya la libertad de quedarme sola, era observada continuamente, por lo que
frecuentemente advertían que caía en ese estado. Muchas veces me lamentaba con el Señor
diciéndole: