fuerzas y desmayar, por la tarde, mientras así estaba sentí venirme una cosa mortal y perdí los
sentidos, en este estado vi a Jesucristo rodeado de muchos enemigos, quien lo golpeaba, quien
lo abofeteaba, quien le clavaba las espinas en la cabeza, quien le rompía las piernas, quien los
brazos. Después que lo redujeron casi en pedazos lo pusieron en los brazos de la Virgen, y esto
sucedía un poco lejos de mí. Después que la Virgen Santísima lo tomó entre sus brazos, se
acercó a mí y llorando me dijo:
(101) “Hija, mira como es tratado mi Hijo por los hombres, las horribles ofensas que cometen
jamás le dan tregua, míralo como sufre”.
(102) Yo trataba de verlo y lo veía todo sangre, todo llagas, y casi despedazado, reducido
a un estado mortal, sentía tales penas que hubiera querido morir mil veces antes que ver sufrir
tanto a mi Señor, me avergonzaba de mis pequeños sufrimientos. La Santísima Virgen agregó,
pero siempre llorando:
Luisa es escogida como víctima. Confesores
(103) “Acércate a besar las llagas de mi Hijo, Él te escoge como víctima, y si tantos lo
ofenden, tú ofreciéndote a sufrir lo que Él sufre le darás un alivio en tanto sufrir, ¿no lo aceptas?”
(104)Yo me sentía tan aniquilada, me veía tan mala (como lo soy todavía) e indigna, que
no osaba decir “sí”. Mi naturaleza temblaba, me sentía tan débil por las penas pasadas, que
apenas me quedaba un hilo de vida. Además, no sé como, de lejos veía a los demonios que
alborotaban tanto, hacían mucho ruido, y veía que todo lo que había visto que le habían hecho
al Señor debían hacérmelo a mí si aceptaba. En mí misma sentía tales penas, dolores,
estiramientos de nervios, que creí que dejaría la vida. Finalmente me acerqué y le besé las
llagas, parecía que al hacerlo aquellos miembros tan lacerados se curaban, y el Señor que antes
parecía casi muerto empezaba a reanimarse a nueva vida. Internamente recibía tales luces
sobre las ofensas que se cometen, atracciones para aceptar ser víctima aunque debiese sufrir
mil muertes, porque el Señor todo merecía, y que yo no podría oponerme a lo que Él quería.
Esto sucedía mientras estábamos en silencio, pero aquellas miradas que mutuamente nos
dábamos eran tantas invitaciones, tantas saetas ardientes que me traspasaban el corazón.
Especialmente la Santísima Virgen me incitaba a aceptar, ¿pero quién puede decir todo lo que
pasé? Finalmente el Señor mirándome benignamente me dijo:
(105) “Tú has visto cuánto me ofenden y cuántos caminan por los caminos de la iniquidad,
y sin advertirlo se precipitan en el abismo. Ven a ofrecerte ante la Divina Justicia como víctima
de reparación por las ofensas que se hacen y por la conversión de los pecadores, que a ojos
cerrados beben en la fuente envenenada del pecado. Un inmenso campo se abre ante ti, de
sufrimientos, sí, pero también de gracias; Yo no te dejaré más, vendré en ti a sufrir todo lo que
me hacen los hombres, haciéndote participar de mis penas. Como ayuda y consuelo te doy a mi
Madre”.
(106) Y parecía que me entregaba a Ella, y Ella me aceptaba. Yo también me ofrecí toda a
Él y a la Virgen, dispuesta a hacer lo que Él quería, y así terminó la primera vez.
(107) Después de que me recobré de aquél estado, sentía tales penas, tal aniquilamiento
de mí misma, que me veía como un miserable gusano que no sabía hacer más que arrastrarse
por tierra, y decía al Señor: “Ayuda, tu Omnipotencia me aterra, veo que si Tú no me levantas,
mi nada se deshace y va a dispersarse. Dame el sufrir, pero te ruego me des la fuerza, porque
me siento morir”. Y así empezó un alternarse de visitas de Nuestro Señor y de tormentos por
parte de los demonios; por cuanto más me resignaba, tanto más aumentaba su rabia.
(108) Pocos días después de lo dicho anteriormente, sentí de nuevo perder los sentidos
(recuerdo que al principio, cada vez que me sucedía esto creía que debía dejar la vida). Mientras
perdí los sentidos se hizo ver otra vez Nuestro Señor con la corona de espinas en la cabeza,
todo chorreando sangre, y dirigiéndose a mí dijo:
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