no tenéis nada qué hacer, y que para pasar el tiempo estáis haciendo tantas tonteras; hagan,
hagan, que después cuando os canséis, lo terminaréis”. A veces cesaban, otras veces se
enojaban tanto que hacían ruidos más fuertes. Me los sentía junto a mí haciéndose más fuertes
y hacían violencia para llevarme, olía la horrible peste, sentía el calor del fuego. Es verdad que
en mi interior sentía un estremecimiento, pero me forzaba y les decía: “Mentirosos que sois, si
esto fuera cierto desde el primer día lo habríais hecho, pero como es falso es que no tenéis
ningún poder sobre mí, sino sólo aquél que os viene dado de lo alto, por eso digan, digan, y
después cuando os canséis, reventareis”. Si emitían lamentos y gritos les decía: “Qué, ¿no os
han salido las cuentas hoy?” Es decir, “¿os lamentáis porque os ha sido quitada alguna alma?”
Pobrecitos, no se sienten bien, sin embargo quiero también yo haceros lamentar otro poco”. Y
me ponía a rezar por los pecadores, o bien a hacer actos de reparación. A veces me reía cuando
empezaban a hacer las acostumbradas cosas y les decía: “¿Cómo puedo temeros, raza vil? Si
fuerais seres serios no habríais hecho tantas tonterías, ustedes mismos, ¿no os avergonzáis?
No hagáis que os tome a burla”. Después, si me ponían tentaciones de blasfemar o de odio
contra Dios, ofrecía aquella pena amarguísima, aquella violencia que me hacía, porque mientras
veía que el Señor merecía todo el amor, todas las alabanzas, yo era forzada a hacer lo contrario,
en reparación de tantos que libremente lo blasfeman y que ni siquiera se recuerdan que existe
un Dios, que están obligados a amarlo. Si me incitaban a desesperación, en mi interior decía:
“No pongo atención ni del paraíso ni del infierno, lo único que me apura es amar a mi Dios, este
no es tiempo de pensar en otra cosa, sino que es tiempo de amar cuanto más pueda a mi buen
Dios, el paraíso y el infierno los dejo en sus manos, Él, que es tan bueno me dará lo que más
me conviene, y me dará un lugar donde pueda glorificarlo más”.
(95) Jesucristo me enseñó que el medio más eficaz para hacer que el alma quede libre de
toda vana aprehensión, de toda duda, de todo temor, era el declarar delante al Cielo, a la tierra
y ante los mismos demonios, no querer ofender a Dios, aun a costa de la propia vida, no querer
consentir a cualquier tentación del demonio, y esto en cuanto el alma advierte que viene la
tentación, si puede en el momento de la batalla, y apenas se empieza a sentir libre, y también
durante el curso del día. Haciendo así, el alma no perderá tiempo en pensar si consintió o no,
porque el sólo recordar la promesa le restituirá la calma, y si el demonio busca inquietarla, podrá
responderle que si hubiera tenido intención de ofender a Dios, no habría declarado lo contrario,
y así quedará libre de todo temor.
(96) Ahora, ¿quién puede decir la rabia del demonio, pues actuando de este modo todas
sus astucias resultaban para su confusión, y donde creía ganar perdía, ya que de sus mismas
tentaciones y artificios el alma se servía para poder hacer actos de reparación y amor a su Dios?
(97) El otro modo que me enseñó para alejar las tentaciones fue el siguiente: Si me tentaban
a suicidio yo debía responder: “No tenéis ningún permiso de Dios, es más, para vuestro
despecho quiero vivir para poder amar más a mi Dios”. Si me golpeaban, yo me debía humillar,
arrodillarme y agradecer a mi Dios porque esto sucedía como penitencia de mis pecados, y no
sólo eso, sino ofrecer todo como actos de reparación por todas las ofensas hechas a Dios en el
mundo.
(98) Finalmente, una fea tentación que me duró poco, fue que debido al contacto continuo
por cerca de año y medio con los tan feos demonios, yo debía quedar encinta y parir luego un
pequeño demonio con cuernos. Mi fantasía crecía tanto, que yo me veía delante una confusión
horrible, por lo que se habría dicho de mí por tan espantoso suceso.
(99) Después de cerca de año y medio de esta lucha, finalmente terminaron las crueldades
de los demonios y comenzó una vida toda nueva, pero los demonios no dejaron de molestarme
de vez en cuando, pero no eran tan frecuentes, no tan feroz la batalla, y yo me acostumbré a
despreciarlos.
(100) La vida nueva que comenzó fue en la casa de campo llamada “Torre Disperata”. Un
día, en que más que nunca había sido atormentada por el demonio, tanto que sentí perder las
18 sig