de la mañana de inmediato vuele ante el sagrario donde estoy por amor tuyo, y me visites, el
último pensamiento de la tarde, mientras duermes por la noche, antes y después de comer, al
principio de cada acción tuya, caminando, trabajando”.
(81) Mientras así me decía, me sentía toda confundida, y no sabiendo si podría lograr
hacerlo le dije: “Señor, te pido que estés junto a mí hasta que tenga la costumbre de hacerlo,
porque conozco que Contigo todo puedo, pero sin Ti, ¿qué puedo hacer yo, miserable?” Y Él
benignamente agregaba:
(82) “Sí, sí, te contentaré, ¿cuándo te he faltado? Quiero tu buena voluntad, y cualquier
ayuda que quieras te la daré”.
(83) Y así lo hacía. Después de que hubo pasado algún tiempo, a veces con Él, a veces
privada de Él, un día, después de la Comunión me sentí más íntimamente unida a Él, me hacía
varias preguntas, como por ejemplo: Si lo quería, si estaba dispuesta a hacer lo que Él quería,
aun el sacrificio de la vida por amor suyo; y me decía:
(84) “Y tú dime qué quieres, si tú estás pronta a hacer lo que quiero, también Yo haré lo
que quieras tú”.
La quiere purificar de todo mínimo defecto. Modo como la purifica del todo.
(85) Yo me sentía toda confundida, no comprendía su modo de obrar, pero con el tiempo
he entendido que ese modo de obrar lo usa cuando quiere disponer al alma a nuevas y más
pesadas cruces, y la sabe atraer tanto a Él con esas estratagemas, que el alma no se atreve a
oponerse a lo que Él quiere. Entonces le decía: “Sí, te amo, pero dime Tú mismo, ¿puedo
encontrar objeto más bello, más santo, más amable que Tú? Además, ¿por qué me preguntas
si estoy dispuesta a hacer lo que quieres, si desde hace tanto tiempo te entregué mi voluntad y
te pedí que no evitaras ni aun el hacerme pedazos con tal que te pudiera dar gusto? Yo me
abandono en Ti. Oh Esposo Santo, obra libremente, haz de mí lo que quieras, dame tu Gracia,
pues por mí nada soy y nada puedo”. Y Él me decía:
(86) “¿Verdaderamente estás dispuesta a todo lo que quiero?”.
(87) Yo entonces me sentía más confundida y anonadada, y decía: “Sí, estoy dispuesta”.
Pero casi temblando, y Él compadeciéndome seguía diciendo: “No temas, seré tu fuerza, no
sufrirás tú, sino seré Yo quien sufrirá y combatirá en ti. Mira, quiero purificar tu alma de todo
mínimo defecto que pudiera impedir mi Amor en ti, quiero probar tu fidelidad, ¿pero cómo puedo
ver si esto es verdad, si no es poniéndote en medio de la batalla? Debes saber que quiero
ponerte en medio de los demonios, les daré libertad de atormentarte y de tentarte a fin de que
cuando hayas combatido los vicios con las virtudes opuestas, te encontrarás ya en posesión de
esas mismas virtudes que creías perder, y después, tu alma purificada, embellecida,
enriquecida, será como un rey que regresa vencedor de una ferocísima guerra, que mientras
creía perder lo que tenía, vuelve en cambio más glorioso y lleno de inmensas riquezas. Y
entonces vendré Yo, formaré en ti mi morada, y estaremos siempre juntos. Es verdad que será
doloroso tu estado, los demonios no te darán paz, ni de día ni de noche, estarán siempre en
acto de hacerte ferocísima guerra, pero tú ten siempre en la mira lo que quiero hacer de ti, esto
es, hacerte semejante a Mí, y que no podrás llegar a esto sino por medio de muchas y grandes
tribulaciones, y así tendrás más ánimo para soportar las penas”.
(88) ¿Quién puede decir cómo quedé asustada ante tal anuncio? Me sentí helar la sangre,
erizar los cabellos y mi imaginación quedó llena de negros espectros que parecía que me
querían devorar viva. Me parecía que el Señor, antes de ponerme en este estado doloroso, daba
libertad a todo lo que debía sufrir, y me veía rodeada por todo eso, entonces me dirigí a Él y le
dije: “Señor, ¡ten piedad de mí! Ah, no me dejes sola y abandonada, veo que es tanta la rabia
de los demonios, que no dejarán de mí ni siquiera el polvo, ¿cómo podré resistirles? Para Ti es
bien conocida mi miseria y cuán mala soy, por eso dame nueva gracia para no ofenderte. Señor