(4) Y yo: “Mi buen Jesús, ¿acaso has olvidado cuánto sufres Tú mismo después de que has
usado la justicia? El verte sufrir en las criaturas es lo que me decide a forzarte para que no
castigues a la gente. Y además, ese ver a las mismas criaturas volverse contra Ti como tantas
víboras venenosas, que si estuviera en su poder ya te hubieran quitado la vida, porque se ven
bajo tus flagelos, y así irritan más tu justicia, no me da valor para decir Fiat Voluntas Tua”.
(5) Y Él: “Mi justicia no puede seguir más allá; me siento herir por todos, por sacerdotes, por
devotos, por seglares, especialmente por el abuso de los sacramentos: Quién no les presta
ninguna atención, agregando los desprecios; quienes frecuentándolos, de ellos hacen una
plática de placer, y quién no estando satisfecho en sus caprichos, llega por esto a ofenderme.
¡Oh! cómo queda desgarrado mi corazón al ver reducidos los sacramentos como aquellas
cuadros pintados, o como aquellas estatuas de piedra que de lejos parecen vivas, pero si se
acerca uno se comienza a descubrir el engaño; y entonces si se hace por tocarlas, ¿qué cosa
se encuentra? Papel, piedra, madera, objetos inanimados, y se queda desengañado del todo.
Así son reducidos los sacramentos, para la mayor parte no hay otra cosa que la sola apariencia
y quedan más sucios que limpios. Y además, el espíritu de interés que reina en los religiosos,
es para llorar, ¿no te parece que son todo ojos ahí donde hay una miserable ganancia, hasta
llegar a envilecer su dignidad? Pero donde no está el interés no tienen manos ni pies para
moverse ni siquiera un poquito. Este espíritu de interés les llena tanto el interior, que desborda
al exterior y hasta los mismos seglares sienten la peste, y escandalizados no tienen fe en sus
palabras. ¡Ah sí, ninguno deja de ofenderme!; hay quien me ofende directamente, y quien,
pudiendo impedir tanto mal, no se preocupa en hacerlo, así que no tengo a quién dirigirme. Pero
Yo los castigaré de manera de hacerlos inútiles, y a quién destruiré perfectamente, llegarán a
tanto, que quedarán desiertas las iglesias, sin tener quién administre los sacramentos”.
(6) Interrumpiendo su decir, toda espantada he dicho: “Señor, ¿qué dices? Si hay quienes
abusan de los sacramentos, también hay muchas hijas buenas que los reciben con las debidas
disposiciones y sufren mucho si no los frecuentan”.
(7) Y Él: “Demasiado escaso es su número, y además su pena por no poder recibirlos, servirá
como una reparación a Mí y para ser víctimas por aquellos que abusan”.
(8) ¿Quién puede decir cómo he quedado herida por este hablar de Jesús bendito? Pero
espero que quiera aplacarse por su infinita misericordia.
+ + + +
2-80
Octubre 3, 1899
Divergencias con la obediencia, y cómo ésta es Jesús mismo.
(1) Esta mañana, Jesús continuaba haciéndose ver afligido. Yo no tenía valor de decirle ni
una palabra a mi pacientísimo Jesús, por temor de que volviera a lamentarse por el estado
religioso, y esto porque la obediencia quiere que escriba todo, también lo que respecta a la
caridad del prójimo, y esto es tan penoso para mí que he debido luchar a brazo partido con la
señora obediencia, la que tomó su aspecto de guerrero potentísimo, armado con sus armas para
darme la muerte. En verdad me he encontrado en tales estrecheces, que yo misma no sabía
qué hacer. Escribir según la luz con la que Jesús me hacía ver la caridad del prójimo, me parecía
imposible, me sentía herir el corazón por mil espinas, me sentía enmudecer la boca y disminuir
el ánimo y le decía: “Amada obediencia, tú sabes cuánto te amo y que de buena gana por amor
tuyo daría la vida, pero veo que aquí no puedo, y tú misma ves el desgarro de mi alma. ¡Ah! no
te vuelvas enemiga, no seas despiadada conmigo, sé más indulgente con quien tanto te ama.
Ven conmigo tú misma y veamos juntas lo que más nos conviene decir”.