(2) “Yo no tomo en cuenta tus oposiciones, porque tu voluntad está tan fundida con la mía que
no puedes querer sino lo que quiero Yo; por eso mientras te repugna, al mismo tiempo te sientes
atraída como por un imán a hacerlo, así que tus repugnancias no sirven para otra cosa que para
volver más bella y resplandeciente la virtud de la obediencia, por eso no las tomo en cuenta”.
(3) Después he visto su bellísimo rostro, y en mi interior sentía un contento indescriptible, y
dirigiéndome a Él le he dicho: “Dulcísimo Amor mío, si yo siento tanto deleite al verte, ¿qué
habrá sentido nuestra Mamá Reina cuando te encerraste en su seno purísimo? ¿Qué contentos,
cuántas gracias no le diste?”
(4) Y Él: “Hija mía, fueron tales y tantas las delicias y las gracias que vertí en Ella, que basta
decirte que lo que Yo soy por naturaleza, nuestra Madre lo llegó a ser por gracia; mucho más,
pues no teniendo culpa, mi gracia pudo dominar en Ella libremente, así que no hay cosa de mi
Ser, que no le conferí a Ella”.
(5) En aquel instante me parecía ver a nuestra Reina Madre como si fuese otro Dios, con esta
sola diferencia: Que en Dios es naturaleza propia, y en María Santísima es gracia conseguida.
¿Quién puede decir cómo he quedado asombrada? ¿Cómo mi mente se perdía al ver un
portento de gracia tan prodigioso? Entonces, dirigiéndome a Él le he dicho: “Amado Bien mío,
nuestra Madre tuvo tanto bien porque te hacías ver intuitivamente; yo quisiera saber cómo te
muestras a mí, con la vista abstractiva o intuitiva. Quién sabe si es también abstractiva”.
(6) Y Él: “Quiero hacerte entender la diferencia que hay entre una y otra. En la abstractiva el
alma mira a Dios, en la intuitiva entra dentro de Él y consigue las gracias, esto es, recibe en sí
la participación del Ser Divino; y tú, ¿cuántas veces no has participado de mi Ser? Ese sufrir que
en ti parece como si fuera connatural, esa pureza que llegas hasta sentir como si no tuvieras
cuerpo, y tantas otras cosas, ¿no te las he dado cuando te he atraído a Mí intuitivamente?”
(7) “¡Ah! Señor, es verdad, y yo, ¿cuáles agradecimientos te he dado por todo esto? ¿Cuál ha
sido mi correspondencia? Siento vergüenza de sólo pensarlo, pero ¡ah! perdóname y haz que
me puedan conocer en el Cielo y en la tierra como un sujeto de tus infinitas misericordias.
+ + + +
2-78
Septiembre 30, 1899
Tentaciones. Cómo la paciencia en sufrir las
tentaciones es como un alimento sustancioso.
(1) Primero debo decir que he pasado una hora de infierno. Luego, rápidamente he mirado
una imagen del niño Jesús, y un pensamiento como rayo ha dicho al niño: “¡Cómo eres feo!” He
tratado de no darle importancia ni turbarme para evitar cualquier juego con el demonio, pero a
pesar de esto aquel rayo diabólico me ha penetrado en el corazón, y sentía que mi pobre corazón
odiaba a Jesús. ¡Ah sí, me sentía en el infierno haciendo compañía a los condenados, sentía el
amor cambiado en odio! ¡Oh Dios, qué pena el no poderte amar! Decía: “Señor, es verdad que
no soy digna de amarte, pero al menos acepta esta pena, que quisiera amarte y no puedo”.
(2) Después de haber pasado en el infierno más de una hora, parece que he salido, gracias a
Dios, ¿pero quién puede decir cuán afligido ha quedado mi pobre corazón, débil por la guerra
sostenida entre el odio y el amor? Sentía tal postración de fuerzas que me parecía no tener más
vida. Entonces fui sorprendida por mi habitual estado, pero oh, cómo estaba decaída, mi corazón
y todas las potencias interiores, que con ansia inenarrable desean y van en busca de su sumo
y único Bien y sólo se detienen cuando lo han encontrado, y con sumo contento se lo gozan,
esta vez no se atrevían a moverse, estaban tan aniquiladas, confundidas y abismadas en su
propia nada, que no se hacían sentir. ¡Oh Dios, qué golpe cruel ha tenido que sufrir mi pobre
corazón! Con todo esto mi siempre benigno Jesús ha venido y su vista consoladora me ha hecho
111 sig