decía, “¿y tú tienes fe?” “Sí”. “Pues no temas, te haré terminar todo”. Y así sucedía, y luego me
ponía a rezar.
(58) Si llegaba la hora de la comida y comía alguna cosa agradable, súbito me reprendía
internamente diciendo: “¿Tal vez te has olvidado que Yo no tuve otro gusto que sufrir por amor
tuyo, y que tú no debes tener otro gusto que el mortificarte por amor mío? Déjalo y come lo que
no te agrada”. Y yo enseguida lo tomaba y lo llevaba a la persona que ayudaba en el servicio, o
bien decía que ya no quería, y muchas veces me la pasaba casi en ayunas, pero cuando iba a
la oración recibía tanta fuerza y sentía tal saciedad, que sentía náusea de todo lo demás.
(59) Otras veces para contradecirme, si no tenía ganas de comer, me decía: “Quiero que
comas por amor mío, y mientras el alimento se une al cuerpo, pídeme que mi Amor se una con
tu alma y quedarán santificadas todas las cosas”.
(60) En una palabra, sin ir más lejos, aun en las cosas más mínimas trataba de hacer morir
mi voluntad, para hacer que viviera sólo para Él. Permitía que hasta el confesor me contradijera,
como por ejemplo: Sentía un gran deseo de recibir la comunión, todo el día y la noche no hacía
otra cosa que prepararme, mis ojos no se podían cerrar al sueño por los continuos latidos del
corazón y le decía: “Señor, apresúrate porque no puedo estar sin Ti, acelera las horas, haz que
surja pronto el sol porque yo no puedo más, mi corazón desfallece”. Él mismo me hacía ciertas
invitaciones amorosas con las que me sentía despedazar el corazón; me decía: “Mira, Yo estoy
solo, no sientas pena de que no puedes dormir, se trata de hacer compañía a tu Dios, a tu
Esposo, a tu Todo, que es continuamente ofendido, ¡ah! no me niegues este consuelo, que
después en tus aflicciones Yo no te dejaré”. Mientras estaba con estas disposiciones, por la
mañana iba con el confesor y sin saber por qué, la primera cosa que me decía era: “No quiero
que recibas la Comunión”. Digo la verdad, me resultaba tan amargo que a veces no hacía otra
cosa que llorar, al confesor no me atrevía a decirle nada, porque así quería Jesús que hiciera,
de otra manera me reprendía; pero yo iba con Él y le decía mi pena: “Ah Bien mío, ¿para esto
la vigilia que hemos hecho esta noche, que después de tanto esperar y desear, debía quedar
privada de Ti? Sé bien que debo obedecer, pero dime, ¿puedo estar sin Ti? ¿Quién me dará la
fuerza? Y además, ¿cómo tendré el valor de irme de esta iglesia sin llevarte conmigo? Yo no sé
qué hacer, pero Tú puedes remediar a todo”. Mientras así me desahogaba, sentía venir un fuego
junto a mí, entrar una llama en el corazón y lo sentía dentro de mí, y enseguida me decía:
“Cálmate, cálmate, heme aquí, estoy ya en tu corazón, ¿de qué temes ahora? No te aflijas más,
Yo mismo te quiero enjugar las lágrimas, tienes razón, tú no podías estar sin Mí, ¿no es
verdad?”.
(61) Yo entonces quedaba tan aniquilada en mí misma por esto, y le decía que si yo fuera
buena, Él no lo habría dispuesto así, y le pedía que no me dejara más, que sin Él no quería
estar.
(62) Después de estas cosas, un día, después de la Comunión lo sentía en mí todo amor,
y que me amaba tanto, que yo misma quedaba maravillada, porque me veía tan mala y sin
corresponder, y decía dentro de mí: “Al menos fuera buena y le correspondiera, tengo temor de
que me deje (este temor de que me deje lo he tenido siempre y aún lo tengo, y a veces es tanta
la pena que siento, que creo que la pena de la muerte sería menor, y si Él mismo no viene a
calmarme no sé darme paz) y en cambio quiere estrecharse más íntimamente a mí”. Y mientras
así me lo sentía dentro de mí, con voz interna me dijo:
Meditación de la Pasión de Nuestro Señor.
(63) “Amada mía, las cosas pasadas no han sido más que un preparativo, ahora quiero
venir a los hechos, y para disponer tu corazón para hacer lo que quiero de ti, esto es, la imitación
de mi Vida, quiero que te internes en el mar inmenso de mi Pasión, y cuando tú hayas
comprendido bien la acerbidad de mis penas, el amor con el que las sufrí, quién soy Yo que
11 sig