y único consuelo. Se ve que a veces hasta se comporta como niña, que cuando quiere salirse
con la suya en un capricho, si no lo logra por la buena llena la casa con gritos, con llantos, tanto,
que se ve uno obligado a contentarla por la fuerza. No hay razones, no hay medios para
persuadirla; así hace la señora obediencia, es tenaz, no te hubiera creído así, y como ella quiere
vencer, quiere que aun balbuceante escriba sobre la caridad. ¡Oh Dios santo! Tú mismo vuélvela
más razonable, porque en este modo no se puede seguir adelante. Y tú, ¡oh! obediencia,
devuélveme a mi dulce Jesús, no me toques más a lo vivo y te pido que no me quites la vista de
mi sumo Bien, y yo te prometo que aun balbuceante escribiré como quieres tú. Sólo te pido la
gracia de que me dejes reanimarme durante algunos días, porque mi mente, demasiado
pequeña, no resiste más el estar sumergida en aquel vasto océano de la caridad divina,
especialmente que ahí descubro más mis miserias y mi fealdad, y al ver el amor que Dios me
tiene, me siento casi enloquecer, así que mi débil naturaleza se siente desfallecer y no puede
más. Pero al mismo tiempo me ocuparé en escribir otras cosas, para después seguir con la
caridad.
(2) Sigo con mi pobre decir. Encontrándose mi mente ocupada en las cosas dichas antes,
pensaba entre mí: “¿En qué aprovecharía escribir esto si yo misma no practicase lo que escribo?
Este escrito ciertamente sería una condena para mí”. Mientras esto pensaba, ha venido el
bendito Jesús y me ha dicho:
“Este escrito servirá para hacer conocer quién es Aquel que te habla y ocupa tu persona; y
además, si no te sirve a ti, mi luz servirá a otros que leerán lo que te hago escribir”.
(3) ¿Quién puede decir cómo he quedado mortificada al pensar que otros aprovecharán las
gracias que me hace si leen estos escritos, y yo que las recibo no? ¿No me condenarán ellos?
Y además, con sólo pensar que llegarán a manos de otros se me oprime el corazón por la pena
y por la vergüenza de mí misma. Ahora, permaneciendo en grandísima aflicción, iba repitiendo:
“¿En qué aprovecha mi estado si servirá de condena?”
(4) Y el amorosísimo Jesús regresando me ha dicho: “Mi Vida fue necesaria para la salvación
de los pueblos, y como no la pude continuar sobre la tierra, por eso elijo a quien me place para
continuarla en ellos, para poder continuar la salvación de los pueblos, he aquí el provecho de tu
estado”.
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2-75
Septiembre 22, 1899
Jesús le habla de sus escritos. Contiendas con la obediencia.
(1) Sintiéndome un clavo clavado en el corazón por las palabras que ayer dijo mi dulce Jesús,
y siendo Él siempre benigno con esta miserable pecadora, para aliviar mis penas ha venido, y
compadeciéndome toda me ha dicho:
(2) “Hija mía, no quieras afligirte más. Debes saber que todo lo que te hago escribir, o sobre
las virtudes o bajo alguna semejanza, no es otra cosa que hacer que te pintes tú misma, y a
aquella perfección a la cual he hecho llegar tu alma”.
(3) ¡Oh Dios! Qué gran repugnancia siento al escribir estas palabras, porque no me parece
que sea verdad lo que dice. Siento que no entiendo aún qué cosa sea virtud y perfección, pero
la obediencia así lo quiere, y es mejor morir que tener que ver con ella. Mucho más que tiene
dos caras: Si se hace como ella dice, toma el aspecto de señora y te acaricia como amiga fiel,
y hasta te promete todos los bienes que hay en el Cielo y en la tierra; pero si después descubre
una sombra de dificultad en contra, súbito, sin que uno lo advierta, si uno la mira se encuentra
como un guerrero que está preparando sus armas para herirte y destruirte. ¡Oh mi Jesús! ¿Qué
tipo de virtud es esta obediencia que hace temblar con solo pensar en ella?
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