ante el alma nueva efusión de sus méritos y les pide que la quieran recibir, y la fe y la caridad,
teniendo en la mira sólo a esta madre pacificadora, tan tierna y llena de compasión, reciben al
alma y Dios forma la delicia del alma, y el alma la delicia de Dios”.
(8) ¡Oh santa esperanza, cómo eres admirable! Yo me imagino ver al alma que es poseída
por esta bella esperanza, como un noble viajero que camina para ir a tomar posesión de unas
tierras que formarán toda su fortuna, pero como es desconocido y viaja por tierras que no son
suyas, quién lo escarnece, quién lo insulta, quién lo despoja de sus vestidos y quién llega hasta
golpearlo y a amenazarlo con quitarle la piel, ¿y el noble viajero qué hace en todas estas
dificultades? ¿Se turbará? ¡Ah, no, jamás!, más bien no tomará en cuenta a aquellos que le
hacen todo esto, y conociendo bien que mientras más sufrirá, tanto más será honrado y
glorificado cuando llegue a tomar posesión de sus tierras, por eso él mismo incita a la gente para
que lo atormenten más. Pero él siempre está tranquilo, goza la más perfecta paz, y en medio de
estos insultos está tan calmado, que mientras los demás están despiertos a su alrededor, él está
durmiendo en el seno de su suspirado Dios. ¿Quién suministrará a este viajero tanta paz y tanta
firmeza para seguir el viaje emprendido? Ciertamente la esperanza de los bienes eternos que
serán suyos, y así superará todo para tomar posesión de ellos. Ahora pensando que son suyos,
viene a amarlos, y he aquí que la esperanza hace nacer la caridad.
(9) ¿Quién puede decir lo que Jesús bendito me hace ver con aquella luz? Hubiera querido
pasarlo en silencio, pero veo que la señora obediencia dejando el vestido amigable, toma el
aspecto de guerrero y toma sus armas para hacerme guerra y herirme. ¡Ah, no te armes tan
pronto!, deja tus garras, estate tranquila, que por cuanto pueda haré como tú dices, y así
permaneceremos siempre amigas.
(10) Ahora, cuando el alma se pone en el extensísimo mar de la caridad, prueba delicias
inefables, goza alegrías inenarrables a un alma mortal. Todo es amor; sus suspiros, sus latidos,
sus pensamientos, son tantas voces sonoras que hace resonar en torno a su amadísimo Dios,
voces todas de amor que lo llaman a ella, de modo que Dios bendito, atraído, herido por estas
voces amorosas, le corresponde, y sucede que los suspiros, los latidos y todo el Ser Divino
llaman continuamente al alma hacia Dios.
(11) ¿Quién puede decir cómo queda herida el alma por estas voces? ¿Cómo comienza a
delirar como si tuviera fiebre altísima, cómo corre como enloquecida y va a arrojarse en el
amoroso corazón de su Amado para encontrar refrigerio y a torrentes chupa las delicias divinas?
Ella queda ebria de amor, y en su embriaguez entona cantos todos amorosos a su Esposo
dulcísimo. ¿Pero quién puede decir todo lo que pasa entre el alma y Dios? ¿Quién puede decir
algo sobre esta caridad que es Dios mismo?
(12) En este momento veo una luz grandísima y mi mente ahora queda asombrada, ahora se
fija en un punto, ahora en otro, y hago por ponerlo en el papel pero me siento balbuceante al
explicarlo. Así que no sabiendo qué hacer, por ahora hago silencio; y espero que la señora
obediencia por esta vez quiera perdonarme, pues si ella quiere enojarse conmigo, esta vez no
tiene tanta razón, porque la culpa es suya, porque no me da una lengua ágil para saber decirlo.
¿Ha comprendido, reverendísima obediencia? Quedamos en paz, ¿no es verdad?
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2-74
Septiembre 21, 1899
Divergencias con la obediencia. La causa de su estado.
(1) Sin embargo, ¿quién lo diría? A pesar de que la culpa es suya, que no me da la capacidad
para saberlo manifestar, la señora obediencia se lo ha tomado a mal y ha comenzado a hacerla
de tirano cruel, y ha llegado a tal crueldad que me ha quitado la vista de mi amado Bien, mi solo