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Septiembre 19, 1899
Jesús habla de la fe, de la esperanza y caridad.
(1) Encontrándome esta mañana un poco turbada, especialmente por el temor de que no sea
Jesús quien viene sino el demonio, y de que mi estado no sea Voluntad de Dios, mientras me
encontraba en esta agitación, ha venido mi adorable Jesús y me ha dicho:
(2) “Hija mía, no quiero que pierdas el tiempo, pensando en esto tú te distraes de Mí y me
haces faltar el alimento para nutrirme, lo que quiero es que pienses solamente en amarme y en
estarte toda abandonada en Mí, así me prepararás un alimento muy agradable, y no de vez en
cuando como harías si continuases haciendo así, sino continuamente. ¿Y no sería esto tu
grandísimo contento, que tu voluntad, con estar abandonada en Mí y con el amarme, fuese
alimento para Mí, tu Dios?”
(3) Después de esto me ha hecho ver su corazón y dentro tenía tres globos de luz distintos,
que después formaban uno solo, y Jesús volviendo a hablar me ha dicho:
(4) “Los globos de luz que ves en mi corazón son la fe, la esperanza y la caridad, que traje a
la tierra para hacer feliz al hombre sufriente, ofreciéndoselos en don; ahora, también a ti te quiero
hacer un don más especial”.
(5) Y mientras así decía, de aquellos globos de luz salían como tantos hilos de luz que
inundaban mi alma, formando como una especie de red, y yo quedaba dentro.
(6) Y Jesús: “Mira en lo que quiero que ocupes tu alma: Primero vuela con las alas de la fe y
sumergiéndote en esa luz conocerás y adquirirás siempre nuevas noticias de Mí, tu Dios, pero
al conocerme más tu nada se sentirá casi dispersa, y no tendrás donde apoyarte. Pero tú elévate
más y arrojándote en el mar inmenso de la esperanza, el cual son todos mis méritos que adquirí
en el curso de mi vida mortal, y todas las penas de mi Pasión que también de ellas hice don al
hombre, y sólo por medio de estos puedes esperar los bienes inmensos de la fe, porque no hay
otro medio para poderlos obtener. Entonces, sirviéndote de estos mis méritos como si fuesen
tuyos, tu nada no se sentirá más dispersa y hundida en el abismo de la nada, sino que
adquiriendo nueva vida quedará embellecida, enriquecida en modo tal de atraerse las mismas
miradas divinas; y entonces no más tímida, sino que la esperanza le suministrará el valor, la
fuerza, de modo de volver al alma estable como columna, expuesta a todas las inclemencias del
aire, como son las diferentes tribulaciones de la vida, que no la moverán nada, y la esperanza
hará que el alma no sólo se sumerja sin temor en las inmensas riquezas de la fe, sino que se
volverá dueña y llegará a tanto con la esperanza, de hacer suyo al mismo Dios. ¡Ah! sí, la
esperanza hace llegar al alma hasta donde quiere, la esperanza es la puerta del Cielo, así que
sólo por su medio se abre, porque quien todo espera, todo obtiene. Entonces el alma, cuando
haya llegado a hacer suyo al mismo Dios, súbito, sin ningún obstáculo se encontrará en el
océano inmenso de la caridad, y ahí llevando consigo la fe y la esperanza, se sumergirá dentro
y hará una sola cosa Conmigo, su Dios”.
(7) El amantísimo Jesús continúa diciendo: “Si la fe es el rey y la caridad es la reina, la
esperanza es como madre pacificadora que pone paz en todo, porque con la fe y la caridad
puede haber tribulaciones, pero la esperanza, siendo vínculo de paz, convierte todo en paz. La
esperanza es sostén, la esperanza es alivio, y cuando el alma elevándose con la fe ve la belleza,
la santidad, el amor con el cual es amada por Dios, se siente atraída a amarlo, pero viendo su
insuficiencia, lo poco que hace por Dios, el cómo debería amarlo y no lo ama, se siente
desconsolada, turbada y casi no se atreve a acercarse a Dios; entonces, enseguida sale esta
madre pacificadora de la esperanza, y poniéndose en medio de la fe y la caridad comienza a
hacer su oficio de poner paz, así que pone en paz de nuevo al alma, la empuja, la eleva, le da
nuevas fuerzas y llevándola ante el rey de la fe y la reina de la caridad, excusa al alma, pone