con toda clase de armas aptas para herir, porque en Mí no me dejó ni siquiera una gota de
sangre, me arrancó a pedazos las carnes, me dislocó los huesos, y mi pobre corazón,
destrozado, sangrante, iba buscando un alivio, alguien que tuviera compasión de Mí. La
obediencia entonces, haciéndose para Mí más que cruel tirano, sólo se contentó cuando me
sacrificó en la cruz y me vio expirar víctima por su amor. ¿Y por qué esto? Porque el oficio de
este potentísimo guerrero es de sacrificar a las almas, por eso no hace otra cosa que mover
guerra encarnizada a quien no se sacrifica todo por ella, por eso no tiene ninguna consideración
si el alma sufre o goza, si vive o muere, sus ojos están atentos para ver si ella vence, que de las
otras cosas no se toma molestia. Por eso el nombre de este guerrero es “victoria”, porque
concede todas las victorias al alma obediente, y cuando parece que esta muere, entonces
comienza la verdadera vida. ¿Y qué cosa no me concedió la obediencia? Por su medio vencí a
la muerte, derroté al infierno, desaté al hombre encadenado, abrí el Cielo, y como Rey victorioso
tomé posesión de mi reino, no sólo para Mí sino para todos mis hijos que se habrían
aprovechado de mi Redención. ¡Ah! sí, es verdad que me costó la vida, pero la palabra
“obediencia” me suena dulce al oído y por eso amo tanto a las almas que son obedientes”.
(16) Vuelvo a hablar desde donde dejé.
(17) Después de un poco ha venido el confesor, y habiéndole dicho todo lo que he dicho
arriba, me ha renovado la obediencia de continuar de la misma manera, y habiéndole dicho:
“Padre, permita al menos darle la libertad a mi corazón de rogarle a Jesús, que la obediencia de
decirle cuando viene, no vengas y no puedo conversar, la hago”.
(18) Y Él: “Haz cuanto puedas por frenarlo, y cuando no puedas, entonces dale libertad”.
+ + + +
2-69
Septiembre 2, 1899
El confesor la deja libre.
(1) Ahora, con esta obediencia un poco más mitigada, mi pobre corazón parecía que de estar
muerto comenzara a revivir un poco, pero con todo y esto no dejaba de estar desgarrado de mil
maneras, porque la obediencia, cuando veía que el corazón se detenía un poco más en busca
de su Creador, como si quisiera reposarse en Él porque estaba sin fuerza, se me venía encima
y con sus armas me hería toda. Y además, ese tener que repetir aquel estribillo cuando el bendito
Jesús se hacía ver: “No vengas, no puedo conversar porque la obediencia no quiere”, era para
mí el más atroz y cruel martirio. Entonces mi dulce Jesús, encontrándome yo en mi habitual
estado, ha venido y yo le he manifestado la orden recibida, y Él se ha ido. Una sola vez mientras
yo le estaba diciendo: “No vengas, que la obediencia no quiere”, me ha dicho:
(2) “Hija mía, ten siempre ante tu mente la luz de mi Pasión, porque al ver mis acerbísimas
penas, las tuyas te parecerán pequeñas, y al considerar la causa por la que sufrí tantos dolores
inmensos, que fue el pecado, los más pequeños defectos te parecerán graves. En cambio, si no
te miras en Mí, las más pequeñas penas te parecerán pesadas y los defectos graves los tomarás
como cosa de nada”. Y ha desaparecido.
(3) Después de un poco ha venido el confesor, y habiéndole preguntado si aún debía continuar
esta obediencia, me ha dicho: “No, puedes decirle lo que quieras y tenlo cuanto quieras”.
(4) Parece que he sido dejada libre y ya no tengo tanto que hacer con este guerrero tan
potente, de otra manera esta vez se habría hecho tan fuerte que me hubiera dado la muerte,
pero me habría hecho hacer una gran ganancia porque me habría unido para siempre al sumo
Bien, y no a intervalos, y se lo hubiera agradecido, es más, le habría cantado el cántico de la
obediencia, o sea el cántico de las victorias, así que me habría reído de toda su fuerza... Pero