(4) ¿Pero quién puede decir la fuerza que me sentía infundir en mi alma por esta oración de
Jesús? Me sentía vestir el alma por una fuerza tal, que para cumplir la Voluntad Santísima de
Dios no me hubiera importado sufrir mil martirios, si así fuera su beneplácito. Siempre sean
dadas las gracias al Señor, que tanta misericordia usa con esta pobre pecadora.
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2-63
Agosto 21, 1899
Efectos de agradar sólo a Jesús.
(1) Después de haber pasado dos días de sufrimientos, mi benigno Jesús se mostraba todo
afabilidad y dulzura. En mi interior yo decía: “Cómo es bueno conmigo el Señor, sin embargo no
encuentro en mí nada bueno que le pueda agradar”. Y Jesús respondiéndome me ha dicho:
(2) “Amada mía, así como tú no encuentras otro placer ni otro contento, que entretenerte y
conversar Conmigo y darme gusto sólo a Mí, de modo que todas las otras cosas que no son
mías te disgustan, así Yo, mi placer y mi consolación es el venir a entretenerme y hablar contigo.
Tú no puedes entender la fuerza que tiene sobre mi corazón, de atraerme a ella, un alma que
tiene la única finalidad de agradarme sólo a Mí; me siento tan unido con ella que estoy obligado
a hacer lo que ella quiere”.
(3) Mientras Jesús así decía, comprendí que hablaba en el modo como en días pasados,
mientras sufría acerbos dolores, en mi interior iba diciendo: “Jesús mío, todo por amor tuyo,
estos dolores sean tantos actos de alabanza, de honor, de homenaje que te ofrezco, estos
dolores sean tantas voces que te glorifiquen y tantos testimonios que digan que te amo”.
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2-64
Agosto 22, 1899
Jesús le comunica sus virtudes.
(1) Mi amado Jesús continúa viniendo, todo amable y majestuoso; mientras estaba en este
aspecto me ha dicho:
(2) “La pureza de mis miradas resplandezca en todas tus obras, de modo que subiendo de
nuevo a mis ojos me produzca un resplandor y me distraiga de las porquerías que hacen las
criaturas”.
(3) Yo he quedado toda confundida ante estas palabras, tanto que no osaba decirle nada,
pero Jesús alentándome, para darme confianza ha comenzado a decirme:
(4) “Dime, ¿qué quieres?”
(5) Y yo: “Cuando te tengo a Ti, ¿hay alguna otra cosa que pudiera desear?”
(6) Pero Jesús ha insistió más de una vez que le dijera lo que quería; y yo mirándolo, he visto
la belleza de sus virtudes y le he dicho: “Mi dulcísimo Jesús, dame tus virtudes”.
(7) Y Él abriendo su corazón hacía salir tantos rayos distintos de sus virtudes, que al entrar
en el mío me sentía reforzar en las virtudes.
(8) Después ha agregado: “¿Qué otra cosa quieres?”
(9) Y yo, acordándome que en los días pasados por un dolor que sufría no lograba que mis
sentidos se perdieran en Dios, le he dicho: “Mi benigno Jesús, haz que el dolor no me impida el
poder perderme en Ti”.