(43) “Quiero”, me decía, “que en todas tus cosas, hasta las necesarias, sean hechas con
espíritu de sacrificio. Mira, tus obras no pueden ser reconocidas por Mí como mías si no tienen
la marca de la mortificación. Así como la moneda no es reconocida por los pueblos si no contiene
en sí misma la imagen de su rey, es más, es despreciada y no tomada en cuenta, así es de tus
obras, si no tienen el injerto con mi cruz no pueden tener ningún valor. Mira, ahora no se trata
de destruir a las criaturas, sino a ti misma, de hacerte morir para vivir solamente en Mí y de mi
misma Vida. Es verdad que te costará más que lo que has hecho, pero ten valor, no temas, no
lo harás tú sino Yo que obraré en ti”.
(44) Entonces recibía otras luces sobre la aniquilación de mí misma y me decía:
(45) “Tú no eres otra cosa que una sombra, que mientras quieres tomarla te huye, tú eres
nada”.
(46) Yo me sentía tan aniquilada que habría querido esconderme en los más profundos
abismos, pero me veía imposibilitada para hacerlo, sentía tal vergüenza que quedaba muda.
Mientras estaba en este reconocimiento de mi nada, Él me decía:
(47) “Ponte junto a Mí, apóyate en mi brazo, Yo te sostendré con mis manos y tú recibirás
fuerza. Tú estás ciega, pero mi luz te servirá de guía. Mira, me pondré delante y tú no harás otra
cosa que mirarme para imitarme”.
(48) Después me decía: “La primera cosa que quiero que mortifiques es tu voluntad, aquel
“yo” se debe destruir en ti, quiero que la tengas sacrificada como víctima ante Mí, para hacer
que de tu voluntad y de la mía se forme una sola. ¿No estás contenta?”
(49) Sí Señor, pero dame la Gracia, porque veo que por mí nada puedo. Y Él continuaba
diciéndome:
(50) “Sí, Yo mismo te contradiré en todo, y a veces por medio de las criaturas”.
(51) Y sucedía así. Por ejemplo: Si en la mañana me despertaba y no me levantaba
enseguida, la voz interna me decía: “Tú descansas, y Yo no tuve otro lecho que la cruz, pronto,
pronto, no tanta satisfacción”.
(52) Si caminaba y mi vista se iba un poco lejos, pronto me reprendía: “No quiero, tu vista
no la alejes de ti más allá que la distancia de un paso a otro, para hacer que no tropieces”.
(53) Si me encontraba en el campo y veía flores, árboles, me decía: “Yo todo lo he creado
por amor tuyo, tú priva a tu vista de este contento por amor mío”.
(54) Aun en las cosas más inocentes y santas, como por ejemplo los ornamentos de los
altares, las procesiones, me decía: “No debes tomar otro placer que en Mí solo”.
(55) Si mientras trabajaba estaba sentada, me decía: “Estás demasiado cómoda, ¿no te
acuerdas que mi Vida fue un continuo penar? ¿Y tú? ¿Y tú?”.
(56) Enseguida, para contentarlo me sentaba en la mitad de la silla y la otra mitad la dejaba
vacía, y algunas veces en broma le decía: “Mira, oh Señor, la mitad de la silla está vacía, ven a
sentarte junto a mí”. Alguna vez me parecía que me contentaba y sentía tanto gusto que yo
misma no sé decirlo. Algunas veces que estaba trabajando con lentitud y desganada me decía:
“Pronto, apúrate, que el tiempo que ganarás apurándote vendrás a pasarlo junto Conmigo en la
oración”.
(57) A veces Él mismo me indicaba cuánto trabajo debía hacer. Yo le pedía que viniera a
ayudarme. “Sí, sí,” me respondía, “lo haremos juntos a fin de que después que hayas terminado
quedemos más libres”. Y sucedía que en una hora o dos hacía lo que debía hacer en todo el
día, después me iba a hacer oración y me daba tantas luces y me decía tantas cosas, que el
querer decirlas sería demasiado largo. Recuerdo que mientras estaba sola trabajando, veía que
no alcanzaba el hilo para completar aquel trabajo y que tendría necesidad de ir con la familia
para buscarlo, entonces me dirigía a Él y le decía: “En qué aprovecha amado mío el haberme
ayudado, pues ahora veo que tengo necesidad de ir a la familia, y puedo encontrar personas y
me impedirán venir de nuevo, y entonces nuestra conversación terminará”. “Qué, qué,” me
10 sig