abandonada ¿Qué, te has tal vez olvidado de cuán mala soy, y que sin Ti nada puedo?” Y por
esta recriminación, tomando un aspecto más serio, agregaba:
(70) “Es que te quiero hacer comprender bien quién eres tú. Mira, lo hago por tu bien, no te
entristezcas, quiero preparar tu corazón a recibir las gracias que he diseñado sobre ti. Hasta
ahora te he asistido sensiblemente, ahora será menos sensible, te haré tocar con la mano tu
nada, te cimentaré bien en la profunda humildad para poder edificar sobre ti muros altísimos, así
que en vez de afligirte, deberías alegrarte y agradecerme, pues cuanto más pronto te haga pasar
el mar tempestuoso, tanto más pronto llegarás a puerto seguro, a cuantas más duras pruebas
te sujetaré, tantas gracias más grandes te daré. Así que, ánimo, ánimo, y después pronto
vendré”.
(71) Y al decirme esto me parecía que me bendecía y se fue. ¿Quién podrá decir la pena
que sentía, el vacío que dejaba en mi interior, las amargas lágrimas que derramé? Sin embargo
me resigné a su Santa Voluntad, parecía que de lejos le besaba la mano que me había
bendecido diciéndole: “Adiós, oh Esposo Santo, adiós”. Veía que todo para mí había terminado,
ya que sólo lo tenía a Él, y faltándome Él, no me quedaba ningún otro consuelo, sino que todo
se convertía en amarguísimas penas. Más bien las mismas criaturas me recrudecían la pena,
de modo que todas las cosas que veía, parecía que me decían: “Mira, somos obras de tu Amado,
y Él, ¿dónde está?” Si miraba agua, fuego, flores, hasta las mismas piedras, enseguida el
pensamiento me decía: “Ah, estas son obras de tu Esposo. Ellas tienen el bien de verlo y tú no
lo ves”. ¡Ah! obras de mi Señor, denme noticias, díganme, ¿dónde se encuentra? Me dijo que
pronto volvería, pero quién sabe cuando”.
(72) A veces llegaba a tan amarga desolación que me sentía faltar la respiración, me sentía
helar toda, y sentía un escalofrío por toda mi persona. A veces se daba cuenta la familia y lo
atribuían a algún mal físico y querían ponerme en tratamiento, llamar a médicos; a veces
insistían tanto que lo lograban, pero yo, sin embargo, hacía cuanto más podía para quedarme
sola, así que pocas veces lo advertían. Recordaba también todas las gracias, las palabras, las
correcciones, las reprensiones, veía claramente que todo lo obrado hasta ahí, todo, todo había
sido obra de su gracia, y que de mí no quedaba más que la pura nada y la inclinación al mal;
tocaba con la mano que sin Él no sentía más el amor tan sensible, aquellas luces tan claras en
la meditación, de modo que permanecía hasta dos o tres horas, hacía cuanto más podía por
hacer lo que hacía cuando lo sentía, porque oía repetir aquellas palabras: “Si me eres fiel vendré
para premiarte, si ingrata para castigarte”.
(73) Así pasaba a veces dos días, a veces cuatro, más o menos como a Él le agradaba, mi
único consuelo era recibirlo en el Sacramento... Ah, sí, ciertamente, ahí lo encontraba, no podía
dudar, y recuerdo que pocas veces no se hacía oír, porque tanto le pedía y volvía a pedir y lo
importunaba, que me contentaba, pero no amoroso y amable, sino severo.
(74) Después que pasaban aquellos días en aquel estado descrito arriba, especialmente si
le había sido fiel, me lo sentía regresar dentro de mí, me hablaba más claramente, y como en
los días pasados no había podido concebir dentro de mí ni una palabra, ni oír nada, entonces
entendí que no era mi fantasía, como muchas veces lo pensaba antes, tanto que de lo dicho
hasta aquí no decía nada ni al confesor ni a ninguna otra alma viviente, sin embargo hacía
cuanto más podía para corresponderle, porque de otra manera me hacía tanta guerra que no
tenía paz. ¡Ah Señor, has sido tan bueno conmigo, y yo tan mala aún!
Modo de triunfar en las pruebas.
(75) Siguiendo con lo que había comenzado, me lo sentía dentro de mí, lo abrazaba, me
lo estrechaba, le decía: “Amado Bien, mira cuán amarga me ha resultado nuestra separación”.
Y Él me decía: